viernes, 28 de febrero de 2014

Capítulo 20

Capítulo 20

Experimento “Un Marido para Mamá”
Informe sobre el desarrollo de los acontecimientos


El asunto no va a ser tan fácil como esperaba.  Pensé que a mamá le gustaría que Sebastián fuese a rescatarla.  Pero en lugar de eso, ambos se enfadaron mucho al enterarse que yo había desmontado la cama.  Pero aún no me daré por vencido.  

Todavía tengo otra idea para conseguir que mamá se case con Sebastián.  Voy a asegurarme de que él le proporcione todas las cosas que a ella más le gustan.  Todas las cosas que un papá tendría que regalarle a una mamá.  Las cosas que a ella la harían llorar de felicidad y no de tristeza.


Experimentos 4 al 7:            Mamá y Sebastián.

Objetivo:
Provocar situaciones en las que Mamá y Sebastián estén solos con el fin de que se conozcan mejor y hagan funcionar el 99,4% de afinidad en lugar de afligirse por el 0,6% que los separa.   ¡Es mamá la que alborota por esa insignificante diferencia!

Procedimiento:
Hacer que Sebastián le proporcione a mamá todo lo bueno que Pablo nunca le dio.


S: Toma una pala y empieza a cavar un agujero allí, cerca de la escalera del balcón de la casa.   Y yo cavaré por este lado (le ordenó Sebastián).
M: Sí, señor (respondió Manuel dócilmente).

Sebastián lo dejó trabajar un momento antes de hablar.

S: ¿Qué sucedió anoche?
M: Bueno, yo... desmonté la cama de mamá.
S: Me puedes explicar ¿con qué fin?
M: Para que pudieras rescatarla.  Nadie antes que tú lo había hecho nunca (explicó al tiempo que se secaba el sudor de la frente).  Así ella podría sentirse como la princesa de un cuento de hadas.  Tú sabes que a las chicas les gustan esas cosas.  Y yo creo que ella nunca antes se ha sentido princesa.
S: Yo agradezco mucho tu ayuda, Manuel.  ¿Pero no pensaste que tu madre pudo haberse hecho daño?
M: Nunca fue mi intención hacerle daño.
S: Creo que deberías decírselo a ella, no a mi (le aconsejó Sebastián mientras echaba tierra de abono y fertilizante en el agujero).
M: Por qué plantamos los rosales?
S: Porque si no lo hacemos se van a morir.  Y no quiero ver la expresión de tu madre si eso sucede.
M: Y tú esperas que florezcan, ¿verdad?
S: Sí, espero que al ver cuán bien se cultivan los rosales aquí en Buenos Aires, también ella decida plantar sus raíces aquí.  Pero tardarán un tiempo en florecer.  No se las puede apresurar.  ¿Entiendes lo que intento decirte?
M: Sí.  ¿Quieres que deje de ayudarlos?  ¿No es eso?
S: Eres listo, muchacho.  Siempre he apreciado ese rasgo de tu personalidad.  Y no me importa que me ayudes, siempre y cuando yo te lo pida.  ¿De acuerdo?
M: Estás seguro de que no puedo ayudar un poquito?
S: Ahora que lo mencionas, claro que sí.  ¿Por qué no riegas estas plantas?

Unos días más tarde Sebastián sorprendió a Carina contando el dinero que había sacado del billetero.  Eran unos pocos billetes, seguramente todo su capital.

Mientras se alejaba de allí en dirección al porche, de pronto un pensamiento le hizo maldecir entre dientes.  Con toda la agitación de los últimos días, había olvidado acompañarla a cobrar el cheque que le debía Freddie, el propietario del café.

Aunque, para su propia tranquilidad, le había reparado el coche e incluso llenado el depósito de gasolina.  Además había mantenido una interesante discusión con la dueña del apartamento, la señora Walters.

C: ¿Sebastián? (llamó Carina mientras se acercaba al porche).
S: ¿Qué quieres, amor?

Carina parecía preocupada, pero no por eso dejó de ruborizarse al oír la cariñosa palabra.

C: Necesito ir a la ciudad por el día.
S: ¿Quieres que te lleve?
C: No, iré en mi coche (dijo evitando mirarlo).  Tengo... algunas cosas que hacer allí.
S: Cosas.

¿Pero qué clase de cosas serían aquellas?, no pudo evitar preguntarse. Seguramente cosas que haría para añadir más barreras entre ellos.  Carina enfrentó su mirada con decisión.

C: Tengo que encontrar trabajo y un lugar donde vivir.
S: Estuviste de acuerdo en ser mi invitada hasta el día de nuestra cita de la Fiesta de San Antonio (le recordó en el tono más suave que le fue posible).
C: Tienes razón, así fue.  Pero debo acudir a una entrevista.  Verás, es un proyecto que he estado elaborando desde hace mucho tiempo.  Y si no lo hago hoy, ya no podré realizarlo.
S: Suena a algo importante.
C: De hecho lo es.  Probablemente llegaré tarde y me preguntaba si tu podrías cuidar de Manuel (dijo vacilante).
S: Sabes que sí.  ¿De veras que no quieres que te lleve a la ciudad?
C: Gracias, pero esto es algo que tengo que hacer sola (replicó con gesto decidido).
S: Vendrás a cenar?
C: Creo que sí.  Pero si tardo llamaré por teléfono.

Sin decir nada más se dirigió al coche.  Al poco tiempo el vehículo desaparecía por el camino de entrada envuelto en una nube de polvo.

Carina volvió tarde al rancho, cansada y hambrienta.  Su entrevista había durado casi ocho horas.  Había llamado para avisar que volvería tarde y Sebastián prometió guardarle cena.  Se detuvo en el vestíbulo, absorbiendo la quietud y silencio, aliviada por la solidez del entorno.  Incluso era capaz de percibir la bienvenida de los susurros del pasado cobijados en cada rincón, en cada grieta de la estancia.  Había llegado a casa.

C: ¿Sebastián?
S: Estoy aquí.

La voz venía del despacho.  Al abrir la puerta entornada, se quedó mirando el interior completamente sorprendida.

Continuará….




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