Capítulo 16
Sebastián estaba
apoyado contra el marco de la puerta de la cabaña con los brazos cruzados sobre
el pecho.
S: ¿Cómo sucedió?
M: Lo siento, Sebastián
(dijo Manuel con cara de profundo arrepentimiento). Debí haber dejado la puerta abierta cuando
llevé la ropa al cuarto de la lavandería. Se me ocurre que esa estúpida zorrilla
aprovechó mi ausencia para colarse dentro. Gracias a Dios que todavía no habíamos sacado
las cajas de la camioneta.
Carina olfateó el
aire con una mueca de asco.
C: Manuel estas
seguro que fue una zorrilla.
Lorenzo, el
capataz de Sebastián, asomó la cabeza dentro de la cabaña y comentó.
L: Patrón, puedo
jurar que nunca he visto ese animal por estos lares. Y eso que he pasado toda mi vida en esta
región.
S: Y yo tampoco
¿Es raro, no? (observó Sebastián con la vista clavada en el muchachito de trece
años, de pie junto a él).
M: Hay seis
clases de zorrilla oriundas de Argentina (comenzó a explicar Manuel con
bastante ansiedad). Prefieren vivir en
terrenos como este.
S: ¿Tú crees? (preguntó
Sebastián muy dulcemente).
C: ¿Y arruinó las
cosas? (preguntó Carina con la voz vibrante de tensión).
M: Hemos tenido
suerte, mamá. Toda la ropa se salvó
porque yo la había llevado a la lavandería. Y el resto de las cosas todavía está en la
camioneta.
S: Una zorrilla
que elige el momento más oportuno para irrumpir en una casa, ¿qué te parece, Manuel?
(observó Sebastián al tiempo que entraba en la cabaña e inhalaba profundamente.
El fuerte aroma empezaba a disiparse muy
lentamente). Bueno, al parecer solo nos
queda una opción.
Carina asintió
estoicamente.
C: Te agradecería
mucho si pudieras llevarnos a un hotel.
M: ¡No! ¡No podemos! Quiero decir... Bueno, pensaba que podríamos trasladarnos a la
casa de los trabajadores. Nunca he
estado en una. Podría aprender muchas
cosas.
Sebastián negó
con un movimiento de cabeza.
S: No, esa cabaña
es solo para hombres, Manuel.
M: Oh, ¿y dónde
podríamos dejar a mamá? (preguntó Manuel con angelical inocencia). ¡Ya lo tengo! ¿Por qué no se queda en la casa principal?
C: No creo que...
(Balbuceó Carina).
S: Muy buena idea
(dijo Sebastián al tiempo que le daba una palmada en la espalda a Manuel). Carina, tú puedes quedarte en la casa grande y
Manuel puede dormir en la cabaña con los vaqueros. Espero que te guste levantarte temprano,
amigo. Mis hombres ya están en pie a las
cinco y media.
L: A las cinco (corrigió
Lorenzo con una mueca). Y como estás de
vacaciones, chico, bien puedes echarnos una mano. Así sabrás de qué va el oficio de vaquero. ¿Qué me dices, eh? (agregó mirando a Manuel).
S: Me alegro que
haya quedado todo resuelto. Lorenzo,
ordena a algunos hombres que lleven las cajas a la casa principal. Manuel, échame una mano.
C: No estoy muy
segura de que esto sea una buena solución (empezó Carina otra vez).
S: No veo otra
solución mejor que ésta (comentó Sebastián al tiempo que le rodeaba los hombros
con un brazo). Tendrás un lugar donde
quedarte hasta que encuentras un apartamento y otro empleo. Y de paso, ponemos fin a todas esas
fastidiosas citas. ¿No te parece que
todos saldremos ganando? Ah, y si no te
importa, podrías ayudar a Edith disponer las cosas. Ella te enseñará las habitaciones que puedes
utilizar y tú le indicas a los hombres dónde dejar las cajas.
Tal como se lo
había figurado, a Carina se le iluminó la cara al saber que podría dirigir la
situación.
C: Me parece
bien, Sebastián (aceptó mientras Sebastián lanzaba a Manuel una mirada de reproche).
Cuando el chico
empezaba a escapar, lo agarró por el cuello de la camisa.
C: Mientras tú
ayudas a Edith, yo voy a instalar a Manuel
Sebastián le informó
a Carina, rogando que no se percatara que Manuel se movía atemorizado bajo su
férrea mano.
M: De acuerdo (dijo
el chico).
Cuando Carina
estuvo fuera de la vista, Sebastián se inclinó hacia Manuel.
S: Jovencito, ¿no
tienes nada que decirme?
M: Sí, señor. No fue una zorrilla la que produjo ese olor
apestoso. Lo hice yo con unos materiales
químicos.
S: Manuel así que
mentiste otra vez.
Manuel tragó
saliva.
M: Sí, señor.
S: Y ¿No tienes nada más que decirme? Me refiero al apartamento y al coche.
M: Es cierto que
la dueña del piso nos echó. En gran
parte es cierto pero... (dijo con la barbilla temblorosa), pero eso fue después
de haber pasado una o dos veces con Miss Mopsey delante de su puerta. O tal vez más de dos veces.
S: ¿Y el coche de
tu madre?
M: Desconecté la
batería (le murmuró).
S: ¿Por qué lo
hiciste?
M: Para venir a
tu casa. De ese modo, tú y mamá
podríais... tú sabes.
S: Lo sé muy
bien. Pero no debiste hacerlo.
M: ¿Y ahora
qué...? (preguntó vacilante como si hubiera leído el pensamiento de Sebastián).
S: Si fuera
inteligente le contaría a tu madre todas las tretas que le has jugado.
M: Oye, Sebastián.
Ya que me dijiste que no te incomodaba
que yo fuera listo, a mi no me importaría que por esta vez tú no lo fueras.
Sebastián evitó
echarse a reñir.
S: No te hagas el
gallito conmigo. Es la tercera vez que
tengo que ocultar tus mentiras. Será
mejor que no haya una cuarta vez porque lo lamentarás toda tu vida (declaró con
una severa mirada).
M: No volverá a
suceder, señor. ¿Me vas a castigar? (preguntó
con una mirada implorante).
S: Desde luego
que habrá consecuencias (manifestó Sebastián al tiempo que pensaba que si lo
mantenía ocupado en el rancho no tendría tiempo para más travesuras). Primero, vas a ventilar esta cabaña. Luego la limpiarás de arriba abajo. Edith te dirá dónde encontrar los utensilios y
el equipo de limpieza.
M: Ahora mismo
empiezo. ¿Algo más?
S: Sí. Me voy a asegurar de que no te queden energías
suficientes para nuevas ideas ingeniosas, así que las próximas dos semanas vas
a aprender el oficio de vaquero. Lorenzo
estará encantado de enseñarte.
M: ¿Puedo? ¿De veras?
S: No te
entusiasmes mucho. Es un trabajo duro y
muy laborioso.
Manuel se encogió
de hombros.
M: De veras que
no me importa. Estoy acostumbrado.
S: Y por último,
quiero tu palabra de honor de que no volverás a mentir.
M: Lo prometo.
S: No tan rápido,
amigo (dijo Sebastián al tiempo que se sentaba junto al chico en un escalón de
la entrada a la cabaña, de modo que ambos quedaron a la misma altura). Tómate un minuto para pensar seriamente en lo
que te pido. Lo único que un verdadero
hombre tiene de valioso para ofrecerse a sí mismo y a los demás, es su palabra.
No lo tomes a la ligera. Cuando das tu palabra, quedas atado a ella,
por muy duro que a veces pueda resultar.
Manuel lo miró
con toda solemnidad a través del cristal de sus gafas de sol.
M: De acuerdo. Te doy mi palabra. No volveré a mentir. Palabra de hombre.
S: De acuerdo (dijo
el hombre al tiempo que se estrechaban la mano).
Sebastián se
sorprendió al ver que Manuel se quedaba plantado en el mismo sitio.
S: Vamos,
muévete.
M: Bueno, ya que
estamos hablando con honestidad, pienso que hay algo que deberías saber (dijo
al tiempo que se ajustaba las gafas arriba de su cabeza).
S: ¿Qué es? (preguntó
Sebastián alarmado).
M: Se trata de la
razón que me llevó a comprar esas citas para mamá. Verás... fui a la agencia de la señora Esperanza
porque quería tener un papá (terminó confesándole la verdadera razón a
Sebastián).
S: Sí, ya lo
había adivinado; pero yo no lo consideraría una mentira, así que no te
preocupes.
M: Gracias, pero
también hay otra razón (dijo. Tardó un
largo minuto en restregar el suelo con el pie y aclararse la garganta). Bueno, mamá piensa volver a Córdoba.
S: ¡Maldición! Espero que sea una broma, chico.
M: Ojalá lo
fuera. Verás, el tío y la tía que
criaron a mamá viven allí. Y no
aprobaron su boda con Pablo. Estaban muy
disgustados por lo que había hecho. Pero
ahora ella quiere volver para restablecer las relaciones y echar raíces en esa
tierra. Al menos eso es lo que dijo.
Sebastián maldijo
por lo bajo. Había esperado tener el tiempo
suficiente para cortejarla con toda calma, para derribar las barreras que habían
crecido durante largos años. Pero al
parecer todo se transformaría en un romance precipitado, como un huracán.
S: ¿Cuándo piensan
marcharse?
M: Tan pronto
como pueda financiar el viaje y haya realizado su último propósito.
S: ¿Y qué
propósito es ese?
Manuel se encogió
de hombros.
M: Nunca me lo ha
dicho. Pero sé que es importante.
S: De acuerdo. Gracias por avisarme. Me haré cargo del asunto.
M: ¿Y qué piensas
hacer?
S: Quizás puedo
ofrecerle algún incentivo para que se quede.
M: No lo sé. Cuando mamá toma una decisión es muy difícil
hacerle cambiar de parecer. Puede ser
muy testaruda.
S: Entonces yo
seré muy persuasivo. Por si no lo sabes,
hasta una mula testaruda ha llegado a moverse gracias a una suave persuasión.
M: Y si no
funciona?
S: Entonces la
ataré hasta que entre en razón.
Continuará….
No hay comentarios:
Publicar un comentario