martes, 25 de febrero de 2014

Capítulo 16


Capítulo 16

Sebastián estaba apoyado contra el marco de la puerta de la cabaña con los brazos cruzados sobre el pecho.

S: ¿Cómo sucedió?
M: Lo siento, Sebastián (dijo Manuel con cara de profundo arrepentimiento).  Debí haber dejado la puerta abierta cuando llevé la ropa al cuarto de la lavandería.  Se me ocurre que esa estúpida zorrilla aprovechó mi ausencia para colarse dentro.  Gracias a Dios que todavía no habíamos sacado las cajas de la camioneta.

Carina olfateó el aire con una mueca de asco.

C: Manuel estas seguro que fue una zorrilla.

Lorenzo, el capataz de Sebastián, asomó la cabeza dentro de la cabaña y comentó.

L: Patrón, puedo jurar que nunca he visto ese animal por estos lares.  Y eso que he pasado toda mi vida en esta región.
S: Y yo tampoco ¿Es raro, no? (observó Sebastián con la vista clavada en el muchachito de trece años, de pie junto a él).
M: Hay seis clases de zorrilla oriundas de Argentina (comenzó a explicar Manuel con bastante ansiedad).  Prefieren vivir en terrenos como este.
S: ¿Tú crees? (preguntó Sebastián muy dulcemente).
C: ¿Y arruinó las cosas? (preguntó Carina con la voz vibrante de tensión).
M: Hemos tenido suerte, mamá.  Toda la ropa se salvó porque yo la había llevado a la lavandería.  Y el resto de las cosas todavía está en la camioneta.
S: Una zorrilla que elige el momento más oportuno para irrumpir en una casa, ¿qué te parece, Manuel? (observó Sebastián al tiempo que entraba en la cabaña e inhalaba profundamente.  El fuerte aroma empezaba a disiparse muy lentamente).  Bueno, al parecer solo nos queda una opción.

Carina asintió estoicamente.

C: Te agradecería mucho si pudieras llevarnos a un hotel.
M: ¡No!  ¡No podemos!  Quiero decir...  Bueno, pensaba que podríamos trasladarnos a la casa de los trabajadores.  Nunca he estado en una.  Podría aprender muchas cosas.

Sebastián negó con un movimiento de cabeza.

S: No, esa cabaña es solo para hombres, Manuel.
M: Oh, ¿y dónde podríamos dejar a mamá? (preguntó Manuel con angelical inocencia).  ¡Ya lo tengo!  ¿Por qué no se queda en la casa principal?
C: No creo que... (Balbuceó Carina).
S: Muy buena idea (dijo Sebastián al tiempo que le daba una palmada en la espalda a Manuel).  Carina, tú puedes quedarte en la casa grande y Manuel puede dormir en la cabaña con los vaqueros.  Espero que te guste levantarte temprano, amigo.  Mis hombres ya están en pie a las cinco y media.
L: A las cinco (corrigió Lorenzo con una mueca).  Y como estás de vacaciones, chico, bien puedes echarnos una mano.  Así sabrás de qué va el oficio de vaquero.  ¿Qué me dices, eh? (agregó mirando a Manuel).
S: Me alegro que haya quedado todo resuelto.  Lorenzo, ordena a algunos hombres que lleven las cajas a la casa principal.  Manuel, échame una mano.
C: No estoy muy segura de que esto sea una buena solución (empezó Carina otra vez).
S: No veo otra solución mejor que ésta (comentó Sebastián al tiempo que le rodeaba los hombros con un brazo).  Tendrás un lugar donde quedarte hasta que encuentras un apartamento y otro empleo.  Y de paso, ponemos fin a todas esas fastidiosas citas.  ¿No te parece que todos saldremos ganando?  Ah, y si no te importa, podrías ayudar a Edith disponer las cosas.  Ella te enseñará las habitaciones que puedes utilizar y tú le indicas a los hombres dónde dejar las cajas.

Tal como se lo había figurado, a Carina se le iluminó la cara al saber que podría dirigir la situación.

C: Me parece bien, Sebastián (aceptó mientras Sebastián lanzaba a Manuel una mirada de reproche).

Cuando el chico empezaba a escapar, lo agarró por el cuello de la camisa.

C: Mientras tú ayudas a Edith, yo voy a instalar a Manuel

Sebastián le informó a Carina, rogando que no se percatara que Manuel se movía atemorizado bajo su férrea mano.

M: De acuerdo (dijo el chico).

Cuando Carina estuvo fuera de la vista, Sebastián se inclinó hacia Manuel.

S: Jovencito, ¿no tienes nada que decirme?
M: Sí, señor.  No fue una zorrilla la que produjo ese olor apestoso.  Lo hice yo con unos materiales químicos.
S: Manuel así que mentiste otra vez.

Manuel tragó saliva.

M: Sí, señor.
S: Y  ¿No tienes nada más que decirme?  Me refiero al apartamento y al coche.
M: Es cierto que la dueña del piso nos echó.  En gran parte es cierto pero... (dijo con la barbilla temblorosa), pero eso fue después de haber pasado una o dos veces con Miss Mopsey delante de su puerta.  O tal vez más de dos veces.
S: ¿Y el coche de tu madre?
M: Desconecté la batería (le murmuró).
S: ¿Por qué lo hiciste?
M: Para venir a tu casa.  De ese modo, tú y mamá podríais... tú sabes.
S: Lo sé muy bien.  Pero no debiste hacerlo.
M: ¿Y ahora qué...? (preguntó vacilante como si hubiera leído el pensamiento de Sebastián).
S: Si fuera inteligente le contaría a tu madre todas las tretas que le has jugado.
M: Oye, Sebastián.  Ya que me dijiste que no te incomodaba que yo fuera listo, a mi no me importaría que por esta vez tú no lo fueras.

Sebastián evitó echarse a reñir.

S: No te hagas el gallito conmigo.  Es la tercera vez que tengo que ocultar tus mentiras.  Será mejor que no haya una cuarta vez porque lo lamentarás toda tu vida (declaró con una severa mirada).
M: No volverá a suceder, señor.  ¿Me vas a castigar? (preguntó con una mirada implorante).
S: Desde luego que habrá consecuencias (manifestó Sebastián al tiempo que pensaba que si lo mantenía ocupado en el rancho no tendría tiempo para más travesuras).  Primero, vas a ventilar esta cabaña.  Luego la limpiarás de arriba abajo.  Edith te dirá dónde encontrar los utensilios y el equipo de limpieza.
M: Ahora mismo empiezo.  ¿Algo más?
S: Sí.  Me voy a asegurar de que no te queden energías suficientes para nuevas ideas ingeniosas, así que las próximas dos semanas vas a aprender el oficio de vaquero.  Lorenzo estará encantado de enseñarte.
M: ¿Puedo?  ¿De veras?
S: No te entusiasmes mucho.  Es un trabajo duro y muy laborioso.

Manuel se encogió de hombros.

M: De veras que no me importa.  Estoy acostumbrado.
S: Y por último, quiero tu palabra de honor de que no volverás a mentir.
M: Lo prometo.
S: No tan rápido, amigo (dijo Sebastián al tiempo que se sentaba junto al chico en un escalón de la entrada a la cabaña, de modo que ambos quedaron a la misma altura).  Tómate un minuto para pensar seriamente en lo que te pido.  Lo único que un verdadero hombre tiene de valioso para ofrecerse a sí mismo y a los demás, es su palabra.  No lo tomes a la ligera.  Cuando das tu palabra, quedas atado a ella, por muy duro que a veces pueda resultar.

Manuel lo miró con toda solemnidad a través del cristal de sus gafas de sol.

M: De acuerdo.  Te doy mi palabra.  No volveré a mentir.  Palabra de hombre.
S: De acuerdo (dijo el hombre al tiempo que se estrechaban la mano).

Sebastián se sorprendió al ver que Manuel se quedaba plantado en el mismo sitio.

S: Vamos, muévete.
M: Bueno, ya que estamos hablando con honestidad, pienso que hay algo que deberías saber (dijo al tiempo que se ajustaba las gafas arriba de su cabeza).
S: ¿Qué es? (preguntó Sebastián alarmado).
M: Se trata de la razón que me llevó a comprar esas citas para mamá.  Verás... fui a la agencia de la señora Esperanza porque quería tener un papá (terminó confesándole la verdadera razón a Sebastián).
S: Sí, ya lo había adivinado; pero yo no lo consideraría una mentira, así que no te preocupes.
M: Gracias, pero también hay otra razón (dijo.  Tardó un largo minuto en restregar el suelo con el pie y aclararse la garganta).  Bueno, mamá piensa volver a Córdoba.
S: ¡Maldición!  Espero que sea una broma, chico.
M: Ojalá lo fuera.  Verás, el tío y la tía que criaron a mamá viven allí.  Y no aprobaron su boda con Pablo.  Estaban muy disgustados por lo que había hecho.  Pero ahora ella quiere volver para restablecer las relaciones y echar raíces en esa tierra.  Al menos eso es lo que dijo.

Sebastián maldijo por lo bajo.  Había esperado tener el tiempo suficiente para cortejarla con toda calma, para derribar las barreras que habían crecido durante largos años.  Pero al parecer todo se transformaría en un romance precipitado, como un huracán.

S: ¿Cuándo piensan marcharse?
M: Tan pronto como pueda financiar el viaje y haya realizado su último propósito.
S: ¿Y qué propósito es ese?

Manuel se encogió de hombros.

M: Nunca me lo ha dicho.  Pero sé que es importante.
S: De acuerdo.  Gracias por avisarme.  Me haré cargo del asunto.
M: ¿Y qué piensas hacer?
S: Quizás puedo ofrecerle algún incentivo para que se quede.
M: No lo sé.  Cuando mamá toma una decisión es muy difícil hacerle cambiar de parecer.  Puede ser muy testaruda.
S: Entonces yo seré muy persuasivo.  Por si no lo sabes, hasta una mula testaruda ha llegado a moverse gracias a una suave persuasión.
M: Y si no funciona?
S: Entonces la ataré hasta que entre en razón.


Continuará….


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