lunes, 17 de febrero de 2014

Capítulo 4

Capítulo 4

M: Bueno, vamos a ello (dijo Manuel resueltamente al cabo de un instante).  ¿Su teléfono tiene altavoz para que ambos podamos escuchar a mi madre y también dejarla en espera sin que nos oiga?
S: Sí.
M: ¿Puedo utilizarlo?
S: Aquí lo tienes (dijo Sebastián al tiempo que le acercaba el aparato telefónico).
M: Hola, mamá.  Soy yo (dijo Manuel tras marcar el número y esperar un instante).  ¿Vas a salir?  Ah, muy bien.  Te voy a poner en el altavoz, ¿no te importa?

Sebastián presionó un botón y un tono de voz más dulce que un melocotón invadió la oficina.
C: No, no me importa, cariño.  ¿Qué sucede?  ¿Dónde estás?
M: En casa de un amigo y necesito tu ayuda.  Estoy trabajando en un proyecto científico para el colegio y...
C: ¡Un amigo!  ¿Lo conozco?  ¿O es una amiga?  ¿Cómo se llama? (preguntó con un entusiasmo que intentaba disfrazar su cálida preocupación maternal).
M: Se llama Sebastián, mamá.  Ahora presta atención.  Estamos haciendo un trabajo sobre personalidad y necesito hacerte unas cuantas preguntas.
C: Y me reconocerán en ese trabajo?
S: Es confidencial (murmuró Sebastián).
C: Eres tú, Sebastián?  Que gracioso, tu voz suena como la de un adulto.

Manuel se sobresaltó.

M: Mamá, sabes que todos mis compañeros son mayores que yo.  Y Sebastián es realmente grande.
C: ¡Dios mío!  ¿He sido desconsiderada?  Lo siento, Sebastián.  Espero no haberte molestado.

A Sebastián le llegó su nombre a través del teléfono como un leve y cálido suspiro.  No tenía acento cordobés.  Quizá había acertado con aquello del tono melocotón porque su voz era parecía a la de un ángel caído del cielo.  De pronto sintió el súbito deseo de conocer a aquel ser de treinta y tres años, de ojos marrones y cabellos rubios que brillaban como la luna.  Deseaba comprobar de cerca si aquellos ojos con las pequeñas arrugas en los extremos, que a Manuel tanto le perturbaban, eran tan intensamente atrayentes como los había captado al ver la fotografía que Manuel le había enseñado hace varios minutos.

S: No, no me ha molestado (respondió Sebastián tras un largo silencio y en tono suave para que Carina no notara que era un hombre y no un chico).  Intentaba adivinar de dónde es tu acento.
C: Oh, soy de Córdova aunque crecí en Haedo (declaró con una risita).
M: Bueno, mamá. ¿Podemos hacerte las preguntas? (intervino Manuel impaciente).
C: Claro que sí, cariño.  Vamos allá.
M: Mamá, te vamos a dejar a la espera un segundo mientras Sebastián y yo seleccionamos las preguntas.
C: Pero no sería mejor que lo hiciéramos personalmente? (rió ella).
M: No, porque eso podría estropear los resultados.
C: Y sería grave, ¿verdad, cariño?  De acuerdo, esperaré.
M: Gracias, mamá.  Espera un poco (Manuel presionó el botón para interrumpir la comunicación con ella).

Sebastián, que todavía no podía creer el efecto que esa voz le había producido, miró severamente a Manuel.

S: No me gusta engañar a las personas.  La próxima vez no me metas en tus mentiras, porque no lo voy a tolerar.  ¿Queda claro, jovencito?

Abatido, Manuel asintió con la cabeza.

M: Sí, señor.  De acuerdo.
S: Bueno, prosigamos.  Vas a leerle a tu madre una lista de adjetivos y ella ha de elegir los que considere más ajustados a su personalidad.

Después de volver conectar la comunicación, Manuel le leyó la lista de los adjetivos.

C: Creo que definitivamente soy sentimental y afectiva.  A veces demasiado (confesó Carina).  También me considero extrovertida.  Me gusta trabajar en contacto con la gente.  Creo que soy muy segura de mí misma.  Hago lo que me parece que es lo mejor sin importarme la opinión de los demás.  Pienso que se podría decir que tengo un espíritu aventurero pero a la misma vez me gusta la paz y tranquilidad que me da la naturaleza (agregó vacilante).  Ya ves que a menudo nos trasladamos de un lugar a otro.  Pero definitivamente no soy una romántica.
M: Vamos, mamá, y ¿cómo le llamarías a eso de las velas románticas y olorosas, el baño con burbujas y todo lo demás?
C: Eso, mi pobre niño, se llamaría ser femenina, pero no romántica.  Me pueden gustar esas cosas de niñas, como las llamas tú, sin tener que implicar en ellas a un hombre o vivir un romance.  Todo eso es por mi propio placer, no para seducir a un marido.

Sebastián pensó que obviamente su ex la había dejado muy resentida.

M: ¿Y qué más?
C: Veamos, soy tolerante, práctica.
M: Eso sí que no, mamá.
C: Qué te hace pensar que no lo soy? (preguntó, perpleja).
M: Si fueras práctica, no te pasarías la vida evitando a tus admiradores.  Además, habrías demandado a Pablo cuando te robó todo el dinero para escaparse con Margarita Mayers en tu guagua nueva.
C: Siempre he deseado que tu papá no hubiera hecho eso (admitió en voz baja).  Me temo que te dio un mal ejemplo y eso malogró tu relación con él.

La sencilla observación de Carina se le hizo a Sebastián insoportablemente penosa.  Quitó el altavoz de la comunicación antes de que Manuel reanudara la conversación.

S: Jovencito, limítate a hacer las preguntas y a dejar que tu madre responda, ¿queda claro?
M: No fue la partida de Pablo lo que malogró la relación.  Fue lo que le dijo cuando él se marchó de casa.  Hizo llorar a mamá.  El próximo tipo que se case con ella no la hará llorar nunca más, excepto si es por alguna razón de alegría.  La tendrá que hacer reír siempre (murmuró el niño con la barbilla temblorosa).
S: Mira, amigo (dijo suavemente, luchando con el sentimiento de simpatía que sentía hacia esos dos seres heridos).  La felicidad no se encuentra por el simple hecho de casarse.  Primero hay que encontrarla dentro de uno mismo y luego compartirla con los demás.  A veces a través del matrimonio.  A veces a través de una gran amistad.
M: Usted habla como mi mamá (replicó Manuel al tiempo que cruzaba los brazos sobre el pecho).
S: Quizás deberías escucharla.  Si no te importa yo le leeré el próximo apartado.  Y te ruego que no interrumpas.
M: No lo haré, a menos que esté equivocada (dijo el chico encogiéndose de hombros).

Sebastián se mordió la respuesta y apretó el botón de la comunicación.

S: Señora Zampini?
C: Te escucho.
S: Las próximas preguntas serán más personales.  Conteste lo mejor que pueda.
C: Veamos.
S: ¿Cuál sería una velada ideal para usted? (preguntó, curioso por saber la respuesta).
C: Esa pregunta es muy fácil.  Pasaría largas horas en un buen baño de fragante y olorosa espuma y rodeada de esas velas aromáticas que Manuel odia tanto.  Ah, y con un buen libro.

Sebastián parpadeó ante la imagen que su mente empezaba a recrear.  La luz de las velas iluminaba los cabellos recogidos sobre la cabeza, sus ojos marrones brillaban con una chispa de picardía, montones de burbujas blancas realzaban la pureza de su piel.  Él se inclinaba hacia ella y le quitaba una burbuja de la nariz antes de...

C: ¿Ya has terminado? (la voz de Carina trajo a Sebastián a la realidad saliendo de su repentino sueño)
S: Lo siento.  Todavía quedan algunas preguntas más.  La próxima pregunta es ¿Cuáles son sus virtudes y defectos?
C: Vaya, esas son preguntas difíciles.  Bueno, diría que una de virtudes es que soy trabajadora.  Y en cuanto a los defectos...
M: Eres demasiado generosa (interrumpió Manuel).
C: Ese no es un defecto, cariño (murmuró y luego dejó escapar un profundo suspiro).  Para ser honesta, creo que soy demasiado orgullosa.  Quiero cuidar de mí misma y de Manuel sin tener que volver a depender de nadie.  Deseo conseguir todo lo que necesite por mi propio esfuerzo.

La respuesta de Carina le hizo recordar a Sebastián a su abuela Esperanza, una mujer fuerte, decidida, llena de pasión y energía.

S: ¿Cuál es su idea de una cita perfecta?
C: Cielo santo, sí que es una pregunta extraña (comentó vacilante).  ¿Dices que todo esto es para un trabajo de Ciencias?
M: Sí (rápidamente intervino Manuel).  Te lo explicaré cuando quede terminado.
C: Bueno, creo que una cita perfecta podría consistir en que me obsequien un bello ramo de rosas amarillas acompañado de una excelente cena.  Soy feliz con una buena comida (dijo riendo).
S: Y las rosas amarillas?
C: Me gustan son mis preferidas.  Para mí es el color más lindo de las rosas.
M: Le gustan a rabiar (susurró Manuel luego de oprimir el botón del altavoz).  Por eso elegí este lugar.
S: Tiene sentido (le contestó Sebastián).
C: Escuchen chicos (Sebastían vuelve a oprimir el botón del altavoz del teléfono).  Tengo que irme.  ¿Falta mucho para terminar?
S: Una última pregunta (dijo Sebastián).  ¿Cuáles son sus metas y ambiciones?
C: Educar a mi hijo lo mejor posible.  Estoy ahorrando para poder comprar una casa.  Un pequeño lugar que sea nuestro, con un patio y un jardín donde pueda cultivar rosas amarillas.  Un hogar donde podamos echar raíces hondas y duraderas.

Sebastián sabía mucho de eso.  Durante generaciones su familia había vivido en una zona en las afueras Buenos Aires.

S: Es bueno echar raíces en algún lugar (le comentó).
C: Me alegra que así lo pienses, Sebastián.  Esa es mi meta.  Y no deseo otra cosa.
M: ¿Ni siquiera un marido?
C: ¡Cielo santo, no!  No quiero un marido para nada (respondió de inmediato, con gran vehemencia).  Manuel, ¿Qué te hizo pensar en esa locura?

Durante un largo instante Sebastián guardó silencio, luchando por controlarse.

M: Se me ocurrió de repente (contestó con los dientes apretados).  

Sebastián quería estrangular a Manuel por la interrupción inesperada.  

S: Gracias, señora Zampini.  Le agradezco mucho que nos haya dedicado su tiempo.
C: No hay de qué, Sebastián.  Manuel, ¿a qué hora vuelves a casa?
M: Estaré allí a la hora de cenar, mamá.
C: Llámame si vas a llegar más tarde.  Y si quieres invitar a Sebastián, no dejes de hacerlo (dijo antes de cortar la comunicación).
S: Todavía pretendes seguir adelante después de lo que has oído? (preguntó Sebastián a Manuel con dureza).
M: El deseo de independencia de mi madre es una fijación temporal.  Ya se le pasará.  Y yo me encargaré de que así sea (replicó Manuel en tono despreocupado).
S: Bueno, quedaba una última pregunta que tendrás que responder en su lugar.  Aunque creo que es una pérdida de tiempo (dijo Sebastián irritado).  ¿Qué crees que buscaría tu madre en una relación sentimental?

La pregunta ya no tenía sentido, pero había que terminar el maldito cuestionario.

M: Diría que ella todavía no lo sabe.  Pero desea casarse (respondió Manuel con una sonrisa entrañable).

Continuará….


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