Capítulo 19
Carina apenas
tuvo tiempo para vestirse y alcanzar a recoger algunos de los papeles
desparramados por el suelo, cuando Sebastián ya estaba de vuelta. El hombre se arrodilló junto a ella dispuesto
a ayudarla. Ojalá no lo hubiera hecho. Su proximidad la perturbaba... y olía tan
bien.
S: ¿Y qué es todo
esto?
C: Son solo
papeles que he guardado durante años (dijo en tono casual). Ya sabes, una especie de auto ayuda, algo para
sentirse mejor. Digamos que es un diario
de gratitud.
Sebastián frunció
el ceño cuando leyó uno de ellos.
S: “Hoy floreció
el rosal que hace un tiempo le regalé a la señora Walters. Es bonito poder regalar flores de tus propias
plantas.” ¿Y eso te hizo sentir mejor?
Carina lo odiaba
cuando utilizaba metódicamente la lógica cuando razonaba con ella. Sebastián nunca podría comprender cuán difícil
era encontrar momentos positivos en la vida diaria. Ese día en particular, las rosas fueron el
único momento hermoso en veinticuatro horas de insoportable oscuridad.
Sebastián leyó
otra nota.
S: “Hoy hemos comido
carne”. Oh, cariño...
C: No me
compadezcas. Es bueno ser pobre, ¿sabes?
Ayuda a valorar las pequeñas cosas (comentó
con una sonrisa).
S: Y qué me dices
de este otro? “Freddie me despidió, pero
le agradezco que me haya permitido trabajar para él durante tantos meses.” ¿Le estás agradecida? Olvidas que te acaba de despedir
definitivamente.
C: Fue muy tolerante
conmigo, Sebastián. Especialmente si
consideras la cantidad de platos que le rompí.
S: Vaya, vaya. Y ahora supongo que te sentirás muy agradecida
de que Manuel haya desarmado tu cama.
C: Puede ser (murmuró
con un suspiro). Siento mucho lo
ocurrido, Sebastián. Mañana hablaré con
él.
S: No te
preocupes (dijo al tiempo que le entregaba el último trozo de papel). ¿Por qué no me dejas hacerlo a mí?
C: No te
molestes. Es mi hijo y sé cómo
manejarlo.
S: De eso estoy
seguro, aunque sospecho que esta es una de las ocasiones en que se necesita un
toque masculino. ¿Me permites hablar con
él?
Carina vaciló. Desde su posición en el suelo Sebastián alzó
la vista hacia ella. ¡Santo Dios! Era grande, masculino y muy excitante, con una
llave inglesa en una mano, una colección de tornillos en la otra y una sonrisa
que prometía una deliciosa noche de pecado.
Carina pensó que
nunca había vivido una escena de dormitorio tan sugerente como aquella.
C: Puedes hablar
con él si quieres (consintió de mala gana).
S: Lo dices con
muy poca convicción. ¿Por qué?
¿Porque estaba
pisando un terreno que no le correspondía? ¿Por eso se sentía reacia a permitirle hablar
con su hijo? ¿O era porque a medida que
pasaban los días se adentraba cada vez más en su vida? Pronto se marcharía de Buenos Aires.
En cuanto lograra
la última meta que se había propuesto, ella y Manuel cargarían el carro de
todas sus pertenencias y se marcharían dando tumbos en dirección hacia Córdoba.
Una vez allí se reconciliaría con la tía
Esther y el tío Ben y echarían raíces en la fértil tierra de Córdoba.
En su programa
vital no había espacio para un enorme y sexy hombre, de insinuantes e intensos ojos
color marrón.
S: No me has
respondido.
Sebastián se puso
de pie, se aproximó y se detuvo a escasos centímetros de los pies desnudos de Carina.
C: Estoy
pensando.
Sebastián se
inclinó y ella contempló los mechones negros de sus cabellos. Sintió una imperiosa necesidad de meter los
dedos en ellos.
S: ¿Qué dedo
acabo de pisotear con mi pregunta?
C: ¿Cómo dices?
Sebastián rozó la
uña del dedo gordo y ella tembló al sentir su contacto.
S: Este que dice “Es
mi problema y yo lo resolveré”.
C: No, ese no.
S: O este dedo el
que dice “No deseo sentirme comprometida”.
O quizá este otro que dice “Antes muerta que rendirme”.
C: No, tampoco.
S: O tal vez es
este dedo muy pequeño que dice “El se está involucrando demasiado en mi vida y
pronto nos marcharemos a Córdoba”
C: Bingo. Sí, ese era el dedo que me estabas pisoteando.
S: Vaya, así que
ese es el pequeño culpable. Bueno, tiene
fácil solución (dijo al tiempo que sacaba el alicate del bolsillo y lo soltaba
en el aire). Quédate quieta.
C: No, no (entre
chillidos y risas giró en torno a Sebastián y de un salto fue a la cama).
S: No, no espera (exclamó
Sebastián un segundo demasiado tarde). Solo había atornillado un...
Ella estaba en
pleno salto cuando le llegó la advertencia y por segunda vez se vio disparada
contra el cabecero, mezclada con la ropa de cama. Sebastián corrió a su lado.
S: Sujétate a mi
brazo. En un segundo te sacaré de allí.
En ese momento se
abrió la puerta de par en par.
M: Otra vez la
has rescatado, Sebastián. Juraría que
nunca te han salvado dos veces en un mismo día, ¿no es así, mamá? (Expresó Manuel
con deleite mientras Miss Mopsey ladraba de alegría, pegada a sus talones).
S & C: ¡Manuel!
(Sebastián y Carina gritaron al unísono).
La única
respuesta fue el ruido de una apagada carrera por el pasillo.
S: Sé que lo
quieres mucho, pero esta vez lo mataré (amenazó Sebastián al tiempo que la
sacaba del desastre).
C: No hay
problema. Yo te ayudaré (replicó ella
soltando una sonrisa).
En ese instante
se miraron y ambos se echaron a reír al mismo tiempo.
S: Ese chico es
un desafío, pero afortunadamente para ti yo amo los desafíos. En un segundo tu cama quedará lista y podrás
dormir segura.
C: Ya empezaba a
acostumbrarme al suelo.
S: También puedes
dormir en mi habitación (dijo Sebastián metido debajo de la cama).
C: Claro, justo
la complicación que necesitamos (replicó ella intentando hablar con jovialidad).
S: Tienes razón
es una complicación. Pero te propongo
otra peor. ¿Qué te parece casarte conmigo?
C: ¡Matrimonio! ¿Pero quién ha hablado de eso?
S: Yo (dijo Sebastián
al tiempo que se ponía en pie). Y
seguiré haciéndolo hasta que me digas que sí. Por tanto, ¿quieres casarte conmigo, Carina?
C: Eso es
imposible (susurró).
S: ¿Es esa tu
respuesta?
C: Sí.
Sebastián hizo
una mueca burlona.
S: Bien, ¿me has
dado el sí?
C: Quiero decir
que no. No puedo casarme contigo.
S: De acuerdo
(dijo él). La respuesta de hoy es no. Veremos cuál será mañana.
Continuará….
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