Capítulo 6
Manuel conducía a Carina de la mano por el camino que llegaba a la Agencia Matrimonial La Rosa Amarilla.
M: Cuidado, mamá.
No mires.
C: Oh, Manuel, voy
a tropezar. ¿Esta venda es absolutamente
necesaria?
M: Quiero que sea
una sorpresa.
C: Prometo que no
miraré. Pero tendrás que guiarme. Si me caigo y me rompo una pierna no podré
hacer mi trabajo en el Restaurante. Tú
sabes que siempre tengo problemas con mis movimientos, soy torpe.
M: Lo sé muy
bien, mamá. Pero no te preocupes yo te
guiaré. Ahora quédate quieta aquí
mientras abro la puerta de entrada al edificio.
Ella intentó
vislumbrar dónde se encontraba por debajo de la espesa venda que le cubría los
ojos. No quería estropear la sorpresa a
su hijo, pero había tenido que llevarla desde que bajaron del autobús, unas
cuantos bloques más atrás. Dada su mala
suerte en esos asuntos, sería una precaución muy sabia asegurarse de no
tropezar con sus propios pies. Arrugó la
nariz un par de veces intentando alzar un poco la venda, pero su hijo la había
atado con el cuidado que ponía en todos sus empeños.
C: Cariño, basta
ya de bromas. ¿Dónde estamos?
M: En tu regalo
de cumpleaños. Ahora hay unos pocos escalones.
Sujétate a la barandilla. Muy bien. Y pon la otra mano en mi hombro. Eso es. Un escalón más y estaremos frente a la entrada.
Quédate quieta ahí mientras abro la
puerta del lugar.
C: Y podemos
entrar así no más? (preguntó preocupada).
Manuel la ayudó a
entrar y luego le soltó el brazo.
M: Claro que sí. Aquí me conocen. Espera junto a las flores mientras voy a
buscar a la señora Esperanza.
Carina escuchó
una voz profunda que hablaba con Manuel. El tono le resultaba familiar. ¿Dónde lo había oído antes?
En vez de esperar
a su hijo, dio un paso adelante y tropezó con sus propios pies, pero unos
fuertes brazos, que no eran precisamente los de Manuel, la rodearon. La venda se enganchó en un botón de la camisa
de su salvador y descendió unos milímetros, lo que le permitió tener una fugaz
visión del hombre que la sostenía.
Era
impresionantemente alto y fuerte, con poderosos músculos en el pecho y en los
brazos cuyos bíceps sintió bajo la palma de las manos. Antes de retirar la nariz, apoyada en el
amplio pecho masculino, sintió el fresco y limpio aroma que se desprendía de su
cuerpo.
Era tan apuesto
como… a quién se le parecía. Pero la
postura de ese hombre le recordaba a alguien le decía su sexto sentido. Los rasgos del hombre que la abrazaba eran muy
marcados, clara y fuertemente delineados. No cabía ninguna duda. Lo había visto en la televisión, las pocas
veces que la veía. Era actor, era
Sebastian Estevanez.
Al alzar un poco
más la vista se encontró frente a unos ojos de color marrones que la miraban
del modo más desconcertante que hubiera experimentado jamás. Extrañada, pensó que esa intensa mirada color
café se deslizaba directo hacia su espíritu, como si buscara a su verdadero
ser. Su voz interior le advirtió “Cuidado
Carina, no estás segura”.
Al instante se
zafó de los brazos de Sebastián, alzando las manos con un movimiento tan brusco
que lo golpeó en la mejilla.
C: Lo siento
mucho. Siempre me pasa lo mismo. No sé qué hacer con mis manos y pies (dijo en
tono sin desafío). Por favor no le diga
a Manuel que he mirado (agregó suplicante al tiempo que se ajustaba la venda y retrocedía
con la extraña necesidad de poner distancia entre ellos). ¿Manuel? ¿Dónde estás, cariño?
M: Aquí, mamá. Ven.
C: Manuel, no me
importaría nada si me explicaras qué sucede aquí (preguntó en un murmullo).
S: Manuel se ha
esforzado mucho para darle esta pequeña sorpresa. Y estoy seguro que usted no querrá
estropearla.
C: ¿Tú no eres el
mismo Sebastián, el que me llamó por teléfono? (preguntó de pronto con
aprensión recordando de repente su voz).
S: Para servirte
(ofreciéndole una de sus mejores sonrisa enseñando sus dos sexys hoyuelos).
Continuará….
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