Capítulo 12
S: Gracias, Carina.
C: A propósito,
todavía no me has dicho para qué fuiste al restaurante.
S: Para conversar
contigo acerca de la agencia La Rosa Amarilla.
C: Me lo temía (comentó
con el ceño fruncido).
S: Sé que no
estás contenta con las citas, así que pensé que podríamos revisar tu formulario
y volver a introducirlo en la base de datos. Así podríamos asegurarnos de que quedas
emparejada con el mejor candidato posible.
C: No quiero
tener citas con nadie.
S: Lo comprendo. Pero tendrás que hacerlo por Manuel.
Con un leve
suspiro se reclinó en el asiento.
C: Y pensar que Manuel
cree que todo esto es por mi bien. Pero
la verdad es que no me interesa mantener relaciones sentimentales, ni de ningún
tipo.
S: Ya lo sé.
C: Entonces, ¿por
qué haces esto? ¿Por qué aceptaste una
cita conmigo?
Durante un
segundo, Sebastián estuvo tentado de hablarle sobre la leyenda del Beso. Pero en vez de hacerlo, decidió demostrárselo. Estacionó el vehículo frente al edificio
de apartamentos donde vivía Carina y apagó el motor. Después de quitarse el cinturón de seguridad
se inclinó hacia ella e hizo lo mismo.
S: Lo que sucedió
la última vez despertó mi curiosidad.
C: ¿De qué estás
hablando?
S: Estoy hablando
de nuestro beso.
Los ojos marrones
de Carina se abrieron alarmados.
Inmediatamente le resto importancia a beso.
C: No pasó nada (protestó
ella). Apenas nos rozamos los labios.
Con mucha cautela
Sebastián le rodeó la cara con las manos. Su piel era muy suave.
S: Entonces no
hay por qué preocuparse.
Mientras ella
perdía segundos preciosos en considerar los pros y los contras de su próxima
respuesta, él la abrazó estrechamente. Ella
no se resistió ni protestó. Entonces Sebastián
la besó como deseaba hacerlo desde la primera vez que sus labios se habían
tocado. Sus bocas se unieron fácilmente,
maravillosamente, como si toda la vida se hubiesen besado.
Entonces las
palabras de su abuela le vinieron a su mente “Un beso y sabrás si es el amor
verdadero”. Y así fue. Lo supo en lo más hondo de su ser. Carina Zampini era su futuro. Un futuro dulce, ardiente, delicioso pero
sobre todo permanente.
Sebastián no se
precipitó. Inclinándose más sobre ella,
su beso se hizo más intenso. La garganta
de Carina emitió un breve pero hondo gemido, como de rebelión y entrega. Sus
manos se posaron en los hombros de Sebastián y su lengua exploró ansiosamente
la boca masculina. Sebastián se
sorprendió, aunque intuía que ella no era una mujer de medias tintas, o todo o
nada.
Recostándose
sobre una cadera, ella le rodeó el cuello con ambos brazos y se entregó al beso
con honda pasión. Sebastián empezó a
acariciar la suave piel de los muslos bajo el vestido y ella respondió con un
suspiro de placer.
¿Cuándo fue la
última vez que un hombre la había besado y acariciado con pasión y dulzura a la
misma vez? ¿Alguien se había preocupado
alguna vez de complacer su necesidad de amor o era ella la que siempre daba? De pronto apartó los labios con un quejido y
ocultó el rostro en el cuello del hombre.
C: Lo siento. No puedo creer lo que he hecho.
S: No tienes por
qué disculparte. Te puedo asegurar por
mi vida que no estoy ofendido en absoluto (murmuró Sebastián con una tierna
sonrisa que iluminó el alma de Carina). Pero la próxima vez creo que tendremos que
elegir un lugar más privado.
Carina miró a su
alrededor, sorprendida.
C: ¿Cómo sabes
dónde vivo? (preguntó alarmada al reconocer su propia casa).
S: Manuel tuvo
que darme la dirección para rellenar tu formulario. ¿Puedes conseguir que alguien se quede con él
unas pocas horas mientras lo revisamos? Pensé
que podríamos ir a un lugar más privado y decidir cómo lo haríamos. Quizás cenando juntos.
C: ¿Después de lo
que acaba de suceder?
S: Con mayor
razón, ¿no crees?
C: No sé...
bueno, tal vez podríamos. Como esta
noche tenía que trabajar, ya había hablado con una vecina para que cuidara de Manuel.
Así que, si me concedes un minuto, subo
a cambiarme de ropa.
S: Claro que sí. ¿No me invitas a entrar?
C: No tenía
intención (dijo Cari con devastadora honestidad).
S: Me doy cuenta.
Pero tal vez cambiarías de idea si
vieras cómo nos mira Manuel, con la nariz pegada a la ventana.
C: No hay mucho
que ver (observó con demasiada naturalidad). Me estoy comportando de forma poco amable,
¿verdad? Muy bien. Seré cortés. ¿No le importaría venir a casa a
tomar un café, señor Estevanez?
S: Encantado,
señora Zampini (dijo con una inclinación de cabeza).
No les llevó
mucho tiempo subir las escaleras hasta la puerta del apartamento de Carina. Manuel ya estaba allí.
M: Hola, Sebastián.
S: Hola, amigo (dijo
Sebastián golpeando con la palma de su mano la de Manuel).
M: La señora Warez
acaba de marcharse (dijo Manuel mientras entraban Cari y Sebas). Tendrías que avisarle si quieres que me quede
con ella esta noche. Pero, ¿qué haces
aquí a esta hora?
C: Me han
despedido (dijo ella con las mejillas ruborizadas, al tiempo que cerraba la
puerta).
Manuel se quedó
con la boca abierta.
M: ¿Nuevamente? ¿Qué sucedió esta vez?
C: Me distraje un
momento y volqué una jarra de sangría sobre un cliente (murmuró evitando lanzar
una mirada culpante sobre Sebastián).
M: Vaya, ¿y por
eso te despidieron? ¿Se hizo mucho daño
el cliente? ¿Estaba muy enojado?
Carina soportó
las preguntas de su hijo con sorprendente buen humor.
C: Afortunadamente
Sebastián evitó que el cliente se enfadara demasiado.
M: Ah, Sebastián estaba
allí. ¿Y también cuando volcaste la jarra?
(los ojos del Manuel brillaron de un modo especial. Sí que era un chico listo). Muy interesante.
Carina se
ruborizó hasta la raíz de los cabellos.
C: Sí, el señor Estevanez
estaba allí. Ahora si no te importa iré
a cambiarme de ropa. El señor Estevanez y
yo vamos a... a...
M: ¿Celebrar su
primera cita? (ayudó Manuel).
C: Bueno si
quieres llamarlo así (admitió Carina). Vamos
a revisar mi formulario. ¿Por qué no
entretienes al señor Estevanez mientras yo me arreglo? Quizás quiera beber algo.
M: De acuerdo (dijo
Manuel mientras su madre desaparecía.
A los pocos
segundos Sebastián y Manuel oyeron que Carina cerraba de golpe la puerta de su
habitación.
M: Nunca había
volcado una jarra sobre un cliente, ¿sabes? Mi madre tropieza a menudo con los objetos y
las personas. Ella es más pequeña en su
cabeza de lo que es en la realidad. Es
incapaz de medir sus movimientos.
S: Ya lo sé (sonrió
Sebastián). Créeme, ya sé mucho acerca
de eso. Lo de la jarra era solo cuestión
de tiempo.
M: Sí (comentó Manuel
con la misma sonrisa). A mí me ha dado
unas cuantas veces, especialmente cuando se agita y empieza a mover los brazos
de un lado a otro. ¿No te sientas?
Sebastián echó
una mirada a las dos sillas, un tanto deterioradas, que componían parte del
mobiliario del pequeño espacio dedicado a sala de estar. Después de recorrerlo con la mirada, concluyó
que su armario era más amplio y que ninguna de las sillas podría soportar el
peso de su cuerpo. Era mejor no arriesgarse.
S: Estoy bien de
pie.
M: ¿Quieres algo
de beber?
S: De acuerdo.
Sebastián siguió
a Manuel a la cocina que tampoco tenía demasiados muebles. Había una mesa arrimada a la pared del fondo. Una pata rota que se apoyaba en una guía
telefónica. También había dos sillas y
un refrigerador más viejo que Esperanza. No se veía aparatos de cocina, excepto un
pequeño horno microondas.
Manuel había abierto
un armario y Sebastián tuvo una fugaz visión del contenido: dos platos, dos
fuentes y dos vasos. Y nada más. Todo ahí hablaba de una triste historia. Con un vaso en la mano, Manuel abrió el
refrigerador casi vacío y sacó una caja de leche de un cuarto de litro. Después de llenarlo se lo tendió a Sebastián.
Mientras bebía la
leche de la familia con un sentimiento de culpa, Sebastián pensaba si ella
tendría algunos ahorros para vivir hasta que encontrara un nuevo empleo.
M: Nunca me
imaginé que el ordenador te seleccionaría a ti.
S: Y yo tampoco. Pero me alegro.
M: ¿Te gusta mi
mamá?
S: Sí (dijo al
tiempo que pensaba cómo restituir la leche sin herir los sentimientos de
independencia de la madre).
M: ¿Deseas
casarte con ella?
La pregunta lo
sorprendió con la guardia baja. Sí que
era directo Manuel.
Continuará….
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