Capítulo 14
Experimento “Un Marido
para Mamá”
Informe sobre el
desarrollo de los acontecimientos
Malas noticias
Mamá no ha cambiado de
parecer respecto a Sebastián, aunque se hayan besado. Ellos no saben que los vi. Por cierto que no ayuda en nada que Sebastián
sea responsable de su despido. Desde
luego que después del beso que él le dio, mamá debería desearlo como marido.
¡Pero, nooo!
Conclusión
Tal vez esas cosas
lleven su tiempo. Como los gérmenes de
una infección, es posible que haya que exponerse a muchos besos antes de que
surta efecto. Ella todavía no se ha
contagiado de amor. Quizás él es más
propenso. Si ese es el caso tendremos
que hacer lo posible para que él la contagie.
Posibles soluciones
Hablé con la señora Esperanza
sobre los cambios que Sebastián se propone hacer en el formulario, y ella me
prometió que lo mantendría como candidato. Ese frente está cubierto. En cuanto
a que mamá se contagie...
Me parece que habrá
que poner en práctica el Plan B (Los experimentos amorosos).
Experimento 1: Instinto protector
Objetivo: Sacar a la luz este
instinto protector en Sebastián.
De acuerdo a mis
conocimientos de zoología, en el reino animal el macho protege a la hembra. Así que tendremos que ver si él es capaz de
hacerlo. Porque si no lo es, no es el hombre adecuado para mamá.
Procedimiento:
Odio hacerle esto a mi
propia madre, pero tendrá un poco de mala suerte...
C: Sebastián, a ¿Dónde
vamos? (preguntó Carina apenas habían salido del edificio. Para su frustración tuvo que esperar hasta que
ambos estuvieron instalados en el camión, con los cinturones puestos).
S: Vamos a un
lugar privado. A un sitio donde podamos
empezar a conocemos y conversar sin interrupciones.
Carina sintió un
nudo en el estómago.
C: ¿Algo así como
un restaurante íntimo?
S: No
exactamente.
Al oír la
respuesta se le desató el pánico. El era
un hombre, ella una mujer. Se habían
besado. Carina se sumió en un patético
dilema. Era de vital importancia
encontrar la manera de salir de la situación antes de que él volviera a tocarla
y todo el proceso comenzase de nuevo.
C: Necesito
informarle a Manuel dónde estaremos (balbuceó Carina).
S: Tranquila, Carina.
Tengo un teléfono móvil en el bolsillo
de mi chaqueta. Llama a Manuel y le daré
mi número privado. Así él podrá llamar
cuando quiera, no importa dónde nos encontremos. Servirá para esta cita y las otras (Sebastián dijo
al tiempo que le dirigía una tranquila pero implacable mirada).
C: Así que crees
que habrá más citas? (preguntó alarmada).
S: No es que lo
crea; es un hecho. Estarás pegada a mí
durante un tiempo. Tienes que
afrontarlo, Carina (agregó Sebastián al ver que la alarma se intensificaba en
los ojos de Carina). Tu hijo adquirió el
programa especial de las Fiestas de San Antonio en la Agencia Matrimonial La
Rosa Amarilla. Eso significa que tendrás
que salir conmigo o con cualquier otro candidato hasta que terminen los
eventos. Y debido a que el ordenador emitió
solo un candidato, me parece que seré todo tuyo durante un mes.
Carina se rindió,
tras lanzarle una mirada asesina. No iba
a ganar esa contienda y lo sabía. Había
que hacerlo por Manuel. Entonces decidió
cambiar de tema.
C: Bueno, al
menos dime adónde me llevas.
S: A mi casa.
Carina casi
brincó en el asiento.
C: No creo que...
S: ¿Siempre lo
discutes todo?
C: Casi todo
(respondió con toda honestidad). Pero
creo que esta vez tengo razón. No es
apropiado ir a la casa de un hombre en la primera cita.
S: Así que eres
una chica anticuada, ¿eh?
C: Realmente no. Digamos que el sentido común que poseo me lo
enseñó la vida duramente.
S: Carina, no
tienes de que preocuparte, me portaré bien.
Sebastián dejaba
traslucir una paciencia y decisión innatas que armonizaban muy bien con su
imponente físico. Carina sospechaba cada
vez con mayor certeza que Sebastián mostraba mucho interés en ella. Lo que no podía saber era si lo hacía a
petición de su abuela o para ayudar a Manuel. Pero, a menos que encontrara una forma de
disuadirlo, estaba visto que al final él ganaría. Y eso era algo que prefería evitar a toda
costa.
Durante la hora
que tardaron en llegar, pensaba con aflicción en el modo de desligarse del
asunto sin herir a su hijo, Manuel.
Sebastián cruzó
la verja de la propiedad y mientras avanzaban dando tumbos por el camino de
tierra, ella observó la gran casa situada en un espacio importante y
centralizado en una inmensa extensión de terreno que lo utilizaba para la
crianza de ganado.
C: Sebastián, ¿Todo
esto es tuyo? (preguntó atónita).
S: Sí.
A medida que se
aproximaban ella podía distinguir los detalles de la impresionante vivienda
principal. La residencia que actualmente
se extendía por la ladera fue ampliada de generación en generación.
C: Parece una
casa antigua. ¿Hace mucho que pertenece
a tu familia?
S: Ha estado en
manos de los Estevanez durante un buen tiempo, te diría que más de 100 años.
C: ¿Cómo? ¿Cuánto
tiempo dices?
S: Piensa en Los
Andes y agrégale un montón de años más (dijo Sebastián encogiéndose de hombros).
C: Así que tus
raíces son muy profundas.
¿Cómo sería
sentir la tierra de los antepasados bajo los pies? Saber que generación tras generación esas
personas habían vivido y desaparecido, habían amado, llorado y reído en el
mismo lugar. La palabra clave es Pertenecer.
La nostalgia dio
paso a la decisión. Ella nunca tendría
una herencia familiar comparable a la de Sebastián, pero eso no significaba que
no pudiera darle un hogar a su hijo. Tan
pronto como ahorrara suficiente dinero podría comprar una casa, no como la que
veía ante sus ojos, pero sería un buen comienzo. Sabía desde hacía mucho tiempo que las raíces
sedientas se adentran profundamente en la tierra. Pronto ella y Manuel también pertenecerían a
algún lugar.
S: ¿Cuál es el
problema?
Hacía unos
minutos que Sebastián había estacionado el vehículo y la observaba atentamente,
y ella, sumida en sus pensamientos no se había dado cuenta.
C: Pensaba cómo
sería tener una historia familiar como la tuya. Un fuerte lazo con el pasado.
S: Es un orgullo,
un agrado, pero también una frustración.
C: ¿Por qué?
S: Por la
responsabilidad que conlleva.
C: ¿Y eso te pesa
mucho?
S: A mí no. Pero a mi padre sí. Se sintió atrapado.
C: ¿Y se marchó?
S: Así fue, se
fue a vivir a la ciudad con mi madre por esa razón mi abuela Esperanza fue la
responsable de mi crianza q(murmuró mientras la observaba con los ojos
entornados). Eso te suena familiar,
¿verdad?
Se bajaron del
vehículo.
C: Sebastián, ¿Por qué no acabamos con esto? (Le sugirió Carina incómoda
con el curso de la conversación).
S: Presumo que te
refieres a esta, nuestra primera cita (dijo Sebastián al tiempo que guardaba su
celular en un bolsillo de sus jeans).
C: Sí,
precisamente a eso me refiero. Te pido
disculpas por mi mala educación, pero para ser honesta, no me interesa salir
con nadie.
S: Entiendo que
eso no se lo has dicho a Manuel.
C: No ha habido
ocasión.
S: Manuel no
espera que su padre vuelva a casa, ¿verdad?
C: No.
S: Entonces
tampoco tengo que preocuparme por eso (dijo implacable y sorprendiendo a
Carina).
Carina estudió el
rostro bronceado de Sebastián, deseosa de poder interpretar su expresión tan
fácilmente como lo hacía con su ex marido. Pero Sebastián era impenetrable y difícil de
descifrar su forma de pensar y actuar.
C: Esto lo haces
por tu abuela, ¿no? Lo sé porque en la
agencia dijiste que se suponía que tu ficha no estaba en la base de datos. Todo fue... un accidente, ¿verdad? Y esta cita es sólo para salvar guardar las
apariencias de la Agencia Matrimonial, ¿no es así?
S: Si lo de
salvar las apariencias te hace sentir más cómoda, entonces créelo así. En lo que a mí respecta esta cita es para
saber si el noventa y nueve por ciento de probabilidades de armonía entre ambos
es suficientemente bueno.
C: Suficientemente
bueno, ¿para qué? (preguntó, mirándolo de frente sin evitar su proximidad).
S: Para pasar de
las citas a algo más.
Esa era
exactamente la respuesta que ella había temido desde el principio.
C: Nosotros podríamos
pasar un rato juntos, esta vez y luego olvidar el resto de las citas, ¿no te
parece? De hecho si este encuentro
resulta ser un desastre tampoco tú tendrías deseos de repetir, ¿verdad?
S: De acuerdo (Sebastián
concedió mientras se dirigían hasta la puerta principal de la casa). No te preocupes por nada. Yo me encargaré de todo.
A pesar de que la
respuesta no le satisfizo en absoluto, Carina no pudo evitar dejarla a un lado
para quedarse ensimismada observando las maderas de roble que brillaban con un
tono casi dorado a la luz del incipiente atardecer. Frente a ella se extendía un largo vestíbulo. A un lado entrevió un salón y al otro, una
espaciosa sala de estar.
Sebastián se
apoyó en uno de los pilares de madera y Carina no pudo dejar de observar su
figura alta y poderosa. Apreció que
Sebastián era un hombre decidido. Sus
ojos brillaban en la penumbra del vestíbulo.
Carina, presa del
pánico, sintió que tenía que huir de él.
Las voces dentro de su cabeza le gritaban «No estás segura, no estás
segura». Retrocedió un par de pasos.
C: Sebastián, no
puedo hacer esto. Pensé que podría, pero
no es así.
S: No deseas
cenar conmigo, ¿no es eso? (Sebastián le preguntó suavemente).
C: Para, Sebastián.
No sé qué quieres de mí. Pero sea lo que sea no me es posible dártelo. Por favor, llévame a casa.
Sebastián no se
movió.
S: ¿Qué le dirás
a Manuel?
¡Oh, no, Manuel!
¿Cómo podía haberlo olvidado?
C: Le diré que
las cosas no salieron bien entre nosotros.
S: ¿Carina serías
capaz de mentirle a tu hijo?
Eso la detuvo.
C: No (murmuró
tras un hondo suspiro).
S: Vamos a la
parte trasera de la casa. Cenaremos
junto a la piscina. Espero que no te
importe una cena informal.
C: Me parece muy
bien.
La zona de la
piscina era impresionante, aunque un tanto fuera de lugar en ese paisaje tan campestre.
Losas de cemento y piedras multicolores
se combinaban en el suelo de un patio donde crecían flores por doquier, algunas
en viejos barriles de whisky y otras en jardineras de piedra. Entre otras flores, había petunias mexicanas, lirios
blancos y bromelias de alegres colores. En
una esquina del patio se veía una zona enrejada con mesas y sillas bajo unas
barras de maderas cubiertas de grandes hojas verdes en una enredadera.
En una de las
mesas había un precioso arreglo floral en el que destacaban las rosas
amarillas.
Descartando la
posibilidad de que las rosas estuvieran allí en su honor, Carina dirigió la
mirada a la enorme piscina de tres niveles con caídas de agua de uno a otro, y
toda ella rodeada de flores.
S: Fue la
contribución de mi padre a esta casa (Le explicó Sebastián secamente al ver la
expresión maravillada de ella, mientras ambos tomaban asiento en la mesa de las
rosas).
Una mujer mayor baja
de estatura y delgada apareció con una bandeja.
S: Carina, ella es
Edith, mi ama de llaves (dijo Sebastián al tiempo que la mujer ponía un largo
vaso de té helado frente a Carina y una botella de cerveza para él).
Mientras se
secaba las manos en el delantal la mujer sometió a Carina a un intenso
escrutinio. Momentos después su
expresión se relajó.
Ed: Esperanza tenía
razón. Lo harán muy bien juntos. Avísenme
si desean algo más (dijo la señora con una sonrisa mientras se alejaba).
S: No tiene mala
intención (explicó Sebastián cuando Edith se hubo marchado). Edith ha estado con nosotros tantos años que
ya es un parte de nuestra familia. Desgraciadamente
eso significa que dice abiertamente todo lo que se le pasa por la cabeza. De acuerdo, es un primera cita bastante
extraña (añadió al notar la expresión de Carina).
C: Me agrada que
lo digas porque empezaba a preguntarme si crees que las últimas veinticuatro
horas han sido muy normales para ti.
Sebastián hizo
una mueca burlona.
S: Claro que sí! (Sebastián
le dice sarcásticamente). Estoy muy
acostumbrado a que jóvenes inteligentes de trece años me pidan que salga con
sus madres.
Ambos se hicieron
burla con la mirada ante el sarcasmo expresado por Sebastián.
S: Bueno, bueno,
hablemos de otra cosa. Como ya dejamos
en claro esta no es una primera cita normal, pensé que podríamos revisar el
formulario que Manuel respondió por ti y hacer modificaciones si no estás de
acuerdo en algo. Esperanza dijo que lo
volvería a introducir en la base de datos para hacer una búsqueda de otros
candidatos.
Ella se enderezó
en la silla.
C: Sebastián,
creo haber dejado claro este asunto. Es
posible que tus besos me hayan impactado, pero no me interesa mantener ninguna
clase de relación con nadie. Nunca. ¿Comprendes?
S: ¿Ni siquiera
por Manuel?
C: Eso no es
justo (dijo al tiempo que depositaba bruscamente el vaso en la mesa).
S: El desea un
padre.
C: Tiene uno. No necesita otro.
S: Entonces, ¿por
qué fue a la agencia? (Le preguntó Sebastián al tiempo que se levantaba de la
silla). Si me perdonas, voy a buscar los
papeles y a avisarle a Edith que estamos listos para cenar.
Carina lo
contempló alejarse a grandes pasos. Seguramente
sabía que se quedaría pensando en las razones que habían llevado a Manuel a
acudir a una agencia matrimonial.
¿Realmente Manuel
necesitaba un padre tan desesperadamente? Era una pregunta excelente por parte de Sebastián.
¿Por qué de pronto Manuel se mostraba
tan ansioso por tener un padre? Nunca se
lo había confesado a ella, su madre. ¿Era
por algo que ella había hecho? ¿O no
había hecho?
Carina creía que ella
y su hijo se llevaban bien y que compartían los mismos objetivos. Ambos querían un hogar y un lugar donde echar
raíces. Pero al parecer su hijo deseaba
más. Mucho más.
S: Como parece
que tienes respuesta para todo, dime por qué Manuel quiere un padre (Sebastian
le preguntó a Carina una vez estuvo de vuelta sacándola se su dialogo interno. ).
C: Simplemente
porque la mayoría de los niños quiere un papá (replicó Carina aun cuando su voz
había perdido toda seguridad).
S: Sí, tienes
razón (murmuró al tiempo que dejaba la carpeta en una silla vacía).
Carina esperaba
ver una expresión compasiva en los ojos de Sebastián, pero para su sorpresa él
se limitó a encogerse de hombros.
S: No todos los
hombres son como tu ex marido. Ya
deberías saberlo.
Ella tembló. Después de Pablo nunca había permitido que
ningún hombre se le acercara. No quería
que le hicieran daño otra vez. Había
sufrido mucho durante esos cinco años de un infierno llamado vida matrimonial.
C: No me volveré
a casar (Carina declaró implacable ante su decisión de no volverse a casar).
Sebastián apretó
los labios.
S: Sé que deseas
que yo acepte tu decisión como tu última palabra sobre el tema del matrimonio (dijo
inclinándose sobre la mesa). Pero yo no
lo haré.
Todo fue por ese
beso. Por ese maldito beso. Ella siempre había sido brutalmente honesta
consigo misma. Y esta vez no fue
diferente. Carina prefería enfrentar los
hechos abiertamente, y el hecho era que ella y Sebastián juntos eran explosivos,
pura dinamita. Desde el mismo instante
en que él la había tomado en sus brazos ella había perdido conciencia de todo lo
que la rodeaba, excepto de las caricias del hombre. De hecho, se había sentido invadida por un
hondo deseo sexual hasta el extremo de permitirle que la acariciara debajo de
la falda, cosa que no había sucedido nunca desde los tiempos de... Solo con recordarlo sus mejillas se enrojecieron,
y por cierto que Sebastián lo notó.
Para alivio de Carina,
la llegada de Edith evitó un comentario de Sebastián. El ama de llaves colocó una gran fuente de
costillas ahumadas y otra con papas majadas frente a ellos. También había traído un pequeño plato con
servilletas húmedas.
Ed: También traje
estas para la salsa barbacoa (dijo con una amplia sonrisa).
S: Has hecho bien
(le observó Sebastián mientras la mujer se alejaba).
Que extraño le
parecía a Carina ser servida.
C: Carne
auténtica (comentó con mirada apreciativa).
S: No sueles
tomarla, ¿verdad? (Le preguntó Sebastián tranquilamente).
C: Cierto (admitió
Carina). Tratamos de limitar el consumo
de carne roja (aunque en su caso era por razones económicas que por razones de
salud).
S: Puede que sea
difícil comer costillas sin ensuciarse, pero es un plato ideal para romper el
hielo. No es fácil ser formal cuando uno
está cubierto de salsa barbacoa.
Ese simple
comentario contribuyó a relajar a Carina.
C: No te molesta
verte envuelto en este lío?
S: Sí, si las
circunstancias hubiesen sido diferentes. La verdad es que no lo habría aceptado.
C: Y, ¿por qué no
lo hiciste?
S: Muy sencillo. Porque quería salir contigo.
A Carina se le
cortó la respiración. Sebastián había
hablado con franqueza. Pero su respuesta
era la que menos deseaba oír.
C: Pero vi cómo
discutías con tu abuela por este asunto.
Sebastián se
encogió de hombros.
S: Eso fue antes
de que nos besáramos.
C: Pero si solo
fue un simple beso, Sebastián. Olvídalo.
S: Fue más que
eso y tú lo sabes.
Puede que así
hubiera sido. De acuerdo. Pero no servía para erradicar su temor.
C: Ya te lo he
dicho. No saldré nunca más con un
hombre.
S: Dices eso a
los treinta y tres años. No eres demasiado
joven para permitir que una mala experiencia...
C: Tú no sabes
nada de eso (Carina lo interrumpió tajante).
S: Sé lo que Manuel
me contó. Si yo hubiera creído que no
íbamos a congeniar, le habría pedido a Esperanza que volviera a buscarte otra
pareja.
C: ¿Y ahora lo
hará?
S: Sí, por ti, no
por mí. Y es la verdad, Carina.
C: Te creo.
S: Pero te cuesta
confiar, ¿verdad?
C: Sí.
S: Entonces ¿por
qué no hacemos un pacto? Se trata de no
ocultarnos la verdad. Creo que es
importante que seamos honestos el uno con el otro.
Eso no constituía
un problema para ella, puesto que no sabía mentir.
C: De acuerdo.
S: Ya que hemos
terminado de cenar ¿por qué no revisamos tu formulario?
C: De acuerdo. Veo que te preocupa ese uno por ciento que
falta (comentó ella).
S: Terriblemente.
Vamos a dar un paseo mientras lo
hacemos. ¿Te parece?
C: De acuerdo.
Sebastián le
entregó los papeles.
S: Empieza por la
primera página. Ahí están los datos
básicos: edad, altura, peso, color de ojos y cabello. Educación. Esa clase de cosas.
C: ¿Cómo sabe Manuel
cuál es mi peso? (preguntó tras leer las respuestas).
S: Él no lo
sabía. Yo lo adiviné después de
conocerte.
C: Me pusiste un
kilo de menos.
S: Aquí tienes un
bolígrafo. Haz todas las correcciones
que consideres oportunas.
C: Bueno, hay que
corregir el asunto del peso y el de mi ocupación. Ya no soy anfitriona de Restaurantes.
S: Deja ese
espacio en blanco hasta que encontremos otro trabajo.
C: Veo que
insistes en ayudarme.
S: Sí, porque en
parte soy responsable de que te despidieran.
C: ¿En parte?
S: Bueno, yo no
volqué la jarra de sangría encima del cliente, pero sospecho que fui la causa. Si no hubieras estado tan ocupada mirándome
habrías prestado más atención a lo que hacías.
C: Bueno, yo...
S: No olvides
nuestro pacto de la verdad.
C: Maldición. De acuerdo. Me distrajiste.
S: El sentimiento
es mutuo, Carina.
C: ¿Por dónde
íbamos? (preguntó Carina al tiempo que enterraba la nariz en el documento). Vaya. Me
pregunto de dónde sacó Manuel esta respuesta.
S: ¿Cuál?
C: Compañero ideal.
¿Cómo se le habrá ocurrido pensar que el
compañero ideal era un vaquero, ranchero o actor?
S: Creo que Manuel
dijo que era los únicos tipos de personas que te quedaba por conocer (Le explicó
Sebastián en tono objetivo).
Sebastián alzó una
ceja.
S: Tal vez, ¿Un
leve error de interpretación?
C: Por decirlo en
términos suaves (dijo ella y al punto se echó a reír). Dios
mío, creo que ya lo entiendo. Se trata
del padre de Manuel. Pablo era experto
en buscarse la vida en toda clase de actividades. Creo que hasta que nos divorciamos los únicos
tipos de empleo que no había intentado eran esos.
La boca de Sebastián
se curvó en una sonrisa.
S: Ya entiendo.
Ella continuó
estudiando el formulario y de pronto se detuvo.
C: Lo que me
desagrada... Margarita Mayers. Juro que
voy a matar a ese chico.
S: ¿Quieres
cambiarlo?
C: ¡Por supuesto
que Sí!, Date la vuelta (dijo).
Utilizó la
espalda de Sebastián para apoyarse. Con
perverso placer tachó el nombre Margarita Mayers y lo reemplazó por «Las
mentiras».
S: Oye, ve con
cuidado. No olvides que hoy ya me
arruinaste una camisa.
C: Oh, lo siento.
Ella se separó
con un esfuerzo, luchando contra la tentación de quedarse junto a esa espalda
poderosa.
C: Ya he
terminado.
S: El resto de
las preguntas las contestaste por teléfono. Pero tal vez quieras echarle un vistazo.
Ella miró
rápidamente las últimas páginas.
C: Me parece
bien.
S: En ese caso le
haré saber los cambios a Esperanza y ella los introducirá en la base de datos.
C: Entonces. ¿Eso es todo?
S: Todavía falta
un pequeño detalle que necesitamos verificar.
C: ¿Cuál es?
S: Este.
Carina debió
haber previsto que Sebastián iba a besarla. O tal vez ya lo sabía. Igual que la vez anterior, se sumergió en la
caricia con tal ardor que Sebastián pensó que no había error posible. Con un suave gemido él respondió de la misma
forma.
Por qué no podía
impedir sentirse tan atraída por él, se preguntaba Carina mientras lo besaba. Debería alejarse y no quedarse pegada a él
como el musgo a la roca.
Sebastián le
ofrecía calidez donde solo había conocido la frialdad. El se entregaba enteramente a ella,
acostumbrada durante años a recibir una escasa demostración de afecto. Nunca se había enfadado por su torpeza o había
criticado su falta de gracia. En cambio
había dado muestras de un gran deseo, así como de la inmutable decisión de
dejar su sello en ella, como si fuera suya. Nunca había experimentado antes esa sensación.
Y, a pesar de sí misma, la encontraba
irresistible.
Ella deseaba ser
amada con exclusión de otras mujeres, y a su vez deseaba corresponder
plenamente a su amado. Amor.
Separó la boca de
los labios de Sebastián, luchando por respirar.
¿Dé dónde había llegado esa palabra? Amor.
C: No puedo hacer
esto (Carina murmuró al tiempo que escapaba de los brazos de Sebastián).
S: Tranquila,
cariño. Solo es un beso.
C: Si solo fuera
un beso yo no reaccionaría como lo estoy haciendo (Le replicó ella).
Los ojos marrones
de Sebastián brillaron risueños.
S: ¿Entonces admites
que fue más que un simple beso?
Ella frunció el
ceño. Había caído en la trampa. Sin demasiada seguridad sintió que lo mejor
era retirarse.
C: Si no te
importa, me gustaría volver a casa.
S: De acuerdo. Pero recuerdas que has admitido que fue más
que un simple beso y que te afectó tanto como a mí.
Durante el
trayecto llegó a la conclusión que lo único seguro para calmar el hambre sería
abandonar el festín. Y eso significaba
dejar a Sebastián.
Apenas llegaron
al edificio de departamentos, Carina saltó del vehículo y se dirigió
apresuradamente al portal. Manuel estaba
sentado en los escalones de la entrada, con algo parecido a un perro lanudo color
blanco junto a él.
M: Metí la pata,
mamá (Le confesó Manuel a Carina).
Con un gemido
apagado ella se volvió a Sebastián, sin la menor sorpresa de verlo a su lado.
C: Parece que
otra vez tendremos que corregir el formulario (le advirtió).
S: ¿De veras?
¿Por qué? (preguntó él con calma).
La reacción de Sebastián
fue como un bálsamo para ella.
C: Nos han echado
de casa (Le murmuró Carina con los labios apretados para evitar el temblor de
la barbilla).
Continuará….
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