Capítulo 21
Dondequiera que
se posaba su mirada habían cestos y floreros con rosas amarillas. En medio de la habitación, él había puesto una
mesa para dos. Los cubiertos de plata, los cristales,
las porcelanas de la vajilla brillaban a la luz de la habitación. Las finas copas desbordaban de un riquísimo
vino tinto Cabernet Sauvignon. Junto a
la mesa había un carrito con fuentes cubiertas de las que se desprendía un
delicioso aroma.
C: Pero, ¿qué es
todo esto? (Carina murmuró cuando pudo recobrar el habla).
S: Es para ti. Edith y yo pensamos que llegarías exhausta.
Los ojos de Carina
se llenaron de lágrimas. Tuvo que
admitir ante sí misma que nunca nadie la había hecho sentirse tan especial. Sebastián se aproximó.
S: ¿Estás
llorando?
C: Como va ser,
nunca lo hago (dijo al tiempo que se secaba los ojos).
S: ¿Tienes
hambre?
C: Estoy hambrienta.
S: Entonces
cenaremos de inmediato. Siéntate.
C: ¿Me has
esperado?
S: No quise que
cenaras sola.
C: Gracias (murmuró
conmovida mientras se acercaba a la mesa). Ten cuidado porque podría acostumbrarme a todo
esto.
S: Cuento con
ello.
C: ¿Me esperas un
segundo quiero lavarme un poco?
S: Tómate tu
tiempo. Cuando vuelvas podrás disfrutar
del aperitivo y de la ensalada que habré preparado.
C: ¿Aperitivo? Estoy impresionada (dijo en tono jovial con
las lágrimas rodando por las mejillas).
Carina fue al baño
situado al final del vestíbulo. Frente
al espejo se reprendió durante cinco minutos. ¿De qué demonios tenía tanto miedo? ¿Por qué no podría aceptar la gentileza de Sebastián?
No quedaba obligada ni tampoco tendría
que devolverle su generosidad. Ni
siquiera tenía que casarse con él, por mucho que lo deseara. ¿Desearlo? Sus ojos se abrieron de par en par,
incrédulos. No, no era posible. No podía haberse enamorado de Sebastián. ¿Es que todavía no había aprendido la dura
lección? ¿Es que no sabía que los
hombres amaban a las mujeres hasta que se presentaba el primer problema o las
responsabilidades comenzaban a pesar? ¿O
hasta que aparecía alguien mejor?
“Pero Sebastián no
es Pablo” insistieron las voces internas a Carina. Claro que Sebastián era diferente a su ex
marido. Pero ella tenía que preocuparse
de Manuel. No podía arriesgarse a
hacerlo sufrir si fracasaba su relación con Sebastián. Porque si volviera a fracasar, entonces no
habría perdido solo un marido.
Las lágrimas
volvieron a reaparecer en sus ojos y le nublaban la vista. Pero tampoco debía olvidar que casi había
llegado a la meta propuesta hacía cinco años. Se había probado a sí misma que podía ser una
buena madre, que podía criar y mantener a Manuel con su propio esfuerzo. Y había dado el último paso hacia su objetivo
más importante, conseguir...
S: Cariño, ¿te
has quedado dormida?
C: No (dijo destapando
sonoramente su nariz).
S: ¿Todo va bien?
C: No muy bien. Las voces me están hablando otra vez.
S: ¿Las mismas
que hiciste callar cuando nos conocimos?
C: Las mismas.
S: ¿Y qué te
dicen ahora? (preguntó con deseo de saber lo que pensaba Carina).
C: Me dicen que
tú no eres Pablo.
S: ¡Vaya, me
empiezan a gustar esas voces!
C: ¿De veras? Son las mismas que una vez me aconsejaron que
durmiera con mi ex marido antes de casarnos.
S: Ya entiendo el
problema.
C: Y ahora no sé qué
hacer (dijo enjugándose las lágrimas que no cesaban de correr por sus mejillas).
S: ¿Qué te parece
si abres la puerta y vamos a cenar?
C: Tú no lo
entiendes (dijo al tiempo que se asomaba).
El la miró
sonriente.
S: Entonces,
Carina, ¿Cuál es el problema?
C: ¿Cómo puedo
confiar en ellas después de sus malos consejos?
Sebastián le
acarició las mejillas.
S: Amor, tal vez
esas voces se han vuelto más sabias desde entonces.
El tono, la voz y
la forma con la que Sebastián le habló hicieron que Carina comenzara a
cambiar. Ella no lo había pensado y eso
la alegró tremendamente. Entonces las
tripas se hicieron sentir que hasta Sebastián se rio al oírlas.
C: Creo que será
mejor ir a cenar, ya mi estomago me reclama comida.
S: Fantástico. Vamos a cenar. Encenderé las velas y así no veré las arrugas
que según Manuel tienes en torno a los ojos.
Carina se echó a reír.
C: Así que te
comentó lo de las arrugas, eh?
S: Él fue quien
sugirió lo de las velas.
C: Me encanta. Uno de estos días ese chico va a ir demasiado
lejos.
S: Me temo que
ese día está a la vuelta de la esquina.
Entraron al
despacho.
S: Toma asiento. Hay ensalada y trocitos de tortilla hecha en
casa para tomarlos con la salsa que Lorenzo preparó personalmente. Y de primer plato tenemos...
Las luces se
apagaron justo cuando corría la silla para que Carina se sentara. Ella dio un traspié hacia adelante, se enredó
en la pata de la silla y cayó pesadamente encima de Sebastián que no tuvo
tiempo de anticipar el golpe. Antes de
desplomarse como un árbol derribado, el hombre se aferró al mantel, llevándose
en la caída a Carina y todas las cosas de la mesa. Los platos, las copas, los cubiertos, las
flores y la comida cayeron sobre ellos cuando al fin aterrizaron en el suelo, Sebastián
de espaldas y Carina sobre él.
S: ¿Te has hecho daño? (preguntó Sebastián
con ansiedad al tiempo que la tocaba para asegurarse de que seguía intacta).
Ella levantó la
cabeza y miró alrededor. Un gesto inútil porque la habitación seguía a oscuras.
C: No creo...
¿Qué sucedió?
S: Se fue la luz.
C: ¿Y tú estás
bien? (preguntó alarmada). ¿Qué pasa?
S: Nada, solo que
la salsa y los trozos de tortilla me corren por el cuello.
C: ¿De veras? Yo
puedo ayudarte.
S: ¿Qué estás
haciendo? ¡Maldición! Estás comiendo de mi cuello, Carina.
C: Tengo hambre. ¿Quieres un trocito?
S: Sí, quiero.
Sebastián tiró
lejos el trocito, pero metió las manos en el pelo de Carina y se unió a su boca
con sorprendente certeza. La salsa se
mezclaba con un sabor tan delicioso, que Carina se habría pasado la vida
besando esa boca. Luego, Carina rodeó la
cara de Sebastián con las manos y recorrió cada una sus facciones. La amplia frente, los pómulos y sus suaves y
apetecible labios.
C: ¿Te hago daño?
(Carina le pregunta al darse cuenta que
todo su peso estaba sobre Sebastián).
Nos cayó encima hasta el más mínimo detalle que había sobre la mesa. Mis manos están tan estropeadas.
S: Es porque en
la caída me llevé el mantel y con el arrastré todo sobre nosotros, amor mío (Sebastián
le murmuró al tiempo que volvía a colocarle las manos sobre sus propias
mejillas para que continuara con sus caricias). ¿No te has dado cuenta de que nos adaptamos el
uno al otro en muchas cosas? Somos tal
para cual.
C: ¿Cómo cuáles?
S: Déjame
enseñártelo.
Apartó las
piernas y ella quedó encerrada en ese espacio. Sus cuerpos quedaron tan estrechamente unidos
que podía sentir todos los músculos del hombre bajo su cuerpo y la armonía que
había entre sus miembros.
S: Cari, ¿Sientes
cómo nuestros cuerpos se ajustan y se acoplan perfectamente?
C: No puedes
estar cómodo con el peso del mío sobre ti (protestó ella).
S: ¿No me
entiendes? Eres perfecta. Nuestros cuerpos se adaptan maravillosamente. Nunca me había sucedido con otra mujer (Le susurró
estrechándola más aún mientras la enamoraba con las manos, la boca y la dulzura
de su grave voz). En lo que respecta a
mí, si necesitas un lugar donde refugiarte, mis brazos te esperan. Siempre estarán abiertos para ti, amor mío. Cuando seamos viejos y ya no tenga demasiadas
fuerzas, mis brazos todavía podrán abrazarte.
Las lágrimas de Carina
se mezclaron con la salsa del cuello de Sebastián.
S: Y ahora
prepárate para mi proposición de matrimonio de hoy. Aquí va...
En ese instante
se abrió violentamente la puerta, y un haz de luz del exterior penetró en la
habitación dejando al descubierto el desolador espectáculo.
Carina intentó
zafarse del abrazo de Sebastián, pero él no la soltó al contrario la atrajo más
hacia él.
M: ¿Qué estás
haciendo ahí, mamá?
C: Se fue la luz,
entonces no pude ver dónde pisaba y tropecé.
M: Pero... ¿y las
velas? Se suponía que iban a encenderlas.
La cabeza de Sebastián
apareció bajo Carina.
M: Jovencito, si
descubro que has tenido algo que ver con esto, vas a pagarlo bien caro.
La puerta del
despacho se cerró de golpe y unos pies descalzos corrieron por el pasillo. Dos minutos más tarde volvía la luz.
Sebastián ayudó a
Carina a ponerse en pie y juntos contemplaron cómo la lechuga, la salsa, las
rosas y el vino cubrían la gran alfombra de suave color crema.
S: ¡Maldición! Carina mira esos platos rotos. Pudimos habernos cortado. Tendré que hablar con Manuel mañana por la
mañana. Mientras tanto veo que todavía
hay un par de fuentes intactas en el carro. ¿Qué te parece si nos damos una ducha y
volvemos en diez minutos para dar buena cuenta de ellas?
Carina miraba
horrorizada.
C: No sabes cómo
siento todo este desastre, Sebastián. Quiero
ayudarte a reparar los daños que hemos causado.
S: Si en algo
estimas tu vida no sigas hablando. Tú no
tienes nada que pagar. Y ahora corre a
ducharte (tronó Sebastián, furioso).
En un segundo, Carina
desapareció de la habitación.
Continuará….
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