sábado, 1 de marzo de 2014

Capítulo 21


Capítulo 21

Dondequiera que se posaba su mirada habían cestos y floreros con rosas amarillas.  En medio de la habitación, él había puesto una mesa para dos.  Los cubiertos de plata, los cristales, las porcelanas de la vajilla brillaban a la luz de la habitación.  Las finas copas desbordaban de un riquísimo vino tinto Cabernet Sauvignon.  Junto a la mesa había un carrito con fuentes cubiertas de las que se desprendía un delicioso aroma.

C: Pero, ¿qué es todo esto? (Carina murmuró cuando pudo recobrar el habla).
S: Es para ti.  Edith y yo pensamos que llegarías exhausta.

Los ojos de Carina se llenaron de lágrimas.  Tuvo que admitir ante sí misma que nunca nadie la había hecho sentirse tan especial.  Sebastián se aproximó.

S: ¿Estás llorando?
C: Como va ser, nunca lo hago (dijo al tiempo que se secaba los ojos).
S: ¿Tienes hambre?
C: Estoy hambrienta.
S: Entonces cenaremos de inmediato.  Siéntate.
C: ¿Me has esperado?
S: No quise que cenaras sola.
C: Gracias (murmuró conmovida mientras se acercaba a la mesa).  Ten cuidado porque podría acostumbrarme a todo esto.
S: Cuento con ello.
C: ¿Me esperas un segundo quiero lavarme un poco?
S: Tómate tu tiempo.  Cuando vuelvas podrás disfrutar del aperitivo y de la ensalada que habré preparado.
C: ¿Aperitivo?  Estoy impresionada (dijo en tono jovial con las lágrimas rodando por las mejillas).

Carina fue al baño situado al final del vestíbulo.  Frente al espejo se reprendió durante cinco minutos.  ¿De qué demonios tenía tanto miedo?  ¿Por qué no podría aceptar la gentileza de Sebastián?  No quedaba obligada ni tampoco tendría que devolverle su generosidad.  Ni siquiera tenía que casarse con él, por mucho que lo deseara.  ¿Desearlo?  Sus ojos se abrieron de par en par, incrédulos.  No, no era posible.  No podía haberse enamorado de Sebastián.  ¿Es que todavía no había aprendido la dura lección?  ¿Es que no sabía que los hombres amaban a las mujeres hasta que se presentaba el primer problema o las responsabilidades comenzaban a pesar?  ¿O hasta que aparecía alguien mejor?

“Pero Sebastián no es Pablo” insistieron las voces internas a Carina.  Claro que Sebastián era diferente a su ex marido.  Pero ella tenía que preocuparse de Manuel.  No podía arriesgarse a hacerlo sufrir si fracasaba su relación con Sebastián.  Porque si volviera a fracasar, entonces no habría perdido solo un marido.

Las lágrimas volvieron a reaparecer en sus ojos y le nublaban la vista.  Pero tampoco debía olvidar que casi había llegado a la meta propuesta hacía cinco años.  Se había probado a sí misma que podía ser una buena madre, que podía criar y mantener a Manuel con su propio esfuerzo.  Y había dado el último paso hacia su objetivo más importante, conseguir...

S: Cariño, ¿te has quedado dormida?
C: No (dijo destapando sonoramente su nariz).
S: ¿Todo va bien?
C: No muy bien.  Las voces me están hablando otra vez.
S: ¿Las mismas que hiciste callar cuando nos conocimos?
C: Las mismas.
S: ¿Y qué te dicen ahora? (preguntó con deseo de saber lo que pensaba Carina).
C: Me dicen que tú no eres Pablo.
S: ¡Vaya, me empiezan a gustar esas voces!
C: ¿De veras?  Son las mismas que una vez me aconsejaron que durmiera con mi ex marido antes de casarnos.
S: Ya entiendo el problema.
C: Y ahora no sé qué hacer (dijo enjugándose las lágrimas que no cesaban de correr por sus mejillas).
S: ¿Qué te parece si abres la puerta y vamos a cenar?
C: Tú no lo entiendes (dijo al tiempo que se asomaba).

El la miró sonriente.

S: Entonces, Carina, ¿Cuál es el problema?
C: ¿Cómo puedo confiar en ellas después de sus malos consejos?

Sebastián le acarició las mejillas.

S: Amor, tal vez esas voces se han vuelto más sabias desde entonces.

El tono, la voz y la forma con la que Sebastián le habló hicieron que Carina comenzara a cambiar.  Ella no lo había pensado y eso la alegró tremendamente.  Entonces las tripas se hicieron sentir que hasta Sebastián se rio al oírlas.

C: Creo que será mejor ir a cenar, ya mi estomago me reclama comida.
S: Fantástico.  Vamos a cenar.  Encenderé las velas y así no veré las arrugas que según Manuel tienes en torno a los ojos. 

Carina se echó a reír.

C: Así que te comentó lo de las arrugas, eh?
S: Él fue quien sugirió lo de las velas.
C: Me encanta.  Uno de estos días ese chico va a ir demasiado lejos.
S: Me temo que ese día está a la vuelta de la esquina.

Entraron al despacho.

S: Toma asiento.  Hay ensalada y trocitos de tortilla hecha en casa para tomarlos con la salsa que Lorenzo preparó personalmente.  Y de primer plato tenemos...

Las luces se apagaron justo cuando corría la silla para que Carina se sentara.  Ella dio un traspié hacia adelante, se enredó en la pata de la silla y cayó pesadamente encima de Sebastián que no tuvo tiempo de anticipar el golpe.  Antes de desplomarse como un árbol derribado, el hombre se aferró al mantel, llevándose en la caída a Carina y todas las cosas de la mesa.  Los platos, las copas, los cubiertos, las flores y la comida cayeron sobre ellos cuando al fin aterrizaron en el suelo, Sebastián de espaldas y Carina sobre él.

S: ¿Te has hecho daño? (preguntó Sebastián con ansiedad al tiempo que la tocaba para asegurarse de que seguía intacta).

Ella levantó la cabeza y miró alrededor. Un gesto inútil porque la habitación seguía a oscuras.

C: No creo... ¿Qué sucedió?
S: Se fue la luz.
C: ¿Y tú estás bien? (preguntó alarmada).  ¿Qué pasa?
S: Nada, solo que la salsa y los trozos de tortilla me corren por el cuello.
C: ¿De veras? Yo puedo ayudarte.
S: ¿Qué estás haciendo?  ¡Maldición!  Estás comiendo de mi cuello, Carina.
C: Tengo hambre.  ¿Quieres un trocito?
S: Sí, quiero.

Sebastián tiró lejos el trocito, pero metió las manos en el pelo de Carina y se unió a su boca con sorprendente certeza.  La salsa se mezclaba con un sabor tan delicioso, que Carina se habría pasado la vida besando esa boca.  Luego, Carina rodeó la cara de Sebastián con las manos y recorrió cada una sus facciones.  La amplia frente, los pómulos y sus suaves y apetecible labios.

C: ¿Te hago daño?  (Carina le pregunta al darse cuenta que todo su peso estaba sobre Sebastián).  Nos cayó encima hasta el más mínimo detalle que había sobre la mesa.  Mis manos están tan estropeadas.
S: Es porque en la caída me llevé el mantel y con el arrastré todo sobre nosotros, amor mío (Sebastián le murmuró al tiempo que volvía a colocarle las manos sobre sus propias mejillas para que continuara con sus caricias).  ¿No te has dado cuenta de que nos adaptamos el uno al otro en muchas cosas?  Somos tal para cual.
C: ¿Cómo cuáles?
S: Déjame enseñártelo.

Apartó las piernas y ella quedó encerrada en ese espacio.  Sus cuerpos quedaron tan estrechamente unidos que podía sentir todos los músculos del hombre bajo su cuerpo y la armonía que había entre sus miembros.

S: Cari, ¿Sientes cómo nuestros cuerpos se ajustan y se acoplan perfectamente?
C: No puedes estar cómodo con el peso del mío sobre ti (protestó ella).
S: ¿No me entiendes?  Eres perfecta.  Nuestros cuerpos se adaptan maravillosamente.  Nunca me había sucedido con otra mujer (Le susurró estrechándola más aún mientras la enamoraba con las manos, la boca y la dulzura de su grave voz).  En lo que respecta a mí, si necesitas un lugar donde refugiarte, mis brazos te esperan.  Siempre estarán abiertos para ti, amor mío.  Cuando seamos viejos y ya no tenga demasiadas fuerzas, mis brazos todavía podrán abrazarte.

Las lágrimas de Carina se mezclaron con la salsa del cuello de Sebastián.

S: Y ahora prepárate para mi proposición de matrimonio de hoy.  Aquí va...

En ese instante se abrió violentamente la puerta, y un haz de luz del exterior penetró en la habitación dejando al descubierto el desolador espectáculo.

Carina intentó zafarse del abrazo de Sebastián, pero él no la soltó al contrario la atrajo más hacia él.

M: ¿Qué estás haciendo ahí, mamá?
C: Se fue la luz, entonces no pude ver dónde pisaba y tropecé.
M: Pero... ¿y las velas?  Se suponía que iban a encenderlas.

La cabeza de Sebastián apareció bajo Carina.

M: Jovencito, si descubro que has tenido algo que ver con esto, vas a pagarlo bien caro.

La puerta del despacho se cerró de golpe y unos pies descalzos corrieron por el pasillo.  Dos minutos más tarde volvía la luz.

Sebastián ayudó a Carina a ponerse en pie y juntos contemplaron cómo la lechuga, la salsa, las rosas y el vino cubrían la gran alfombra de suave color crema.

S: ¡Maldición!  Carina mira esos platos rotos.  Pudimos habernos cortado.  Tendré que hablar con Manuel mañana por la mañana.  Mientras tanto veo que todavía hay un par de fuentes intactas en el carro.  ¿Qué te parece si nos damos una ducha y volvemos en diez minutos para dar buena cuenta de ellas?

Carina miraba horrorizada.

C: No sabes cómo siento todo este desastre, Sebastián.  Quiero ayudarte a reparar los daños que hemos causado.
S: Si en algo estimas tu vida no sigas hablando.  Tú no tienes nada que pagar.  Y ahora corre a ducharte (tronó Sebastián, furioso). 

En un segundo, Carina desapareció de la habitación.

Continuará….



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