domingo, 2 de marzo de 2014

Capítulo 24

Capítulo 24

Experimento “Un Marido para Mamá”
Informe sobre el desarrollo de los acontecimientos

Todo ha sucedido como estaba programado.  Bueno, tal vez un poco más lento de lo esperado.  Pero albergo grandes esperanzas. Unos cuantos experimentos más y entonces Mamá y Sebastián estarán casados y felices por el resto de sus días.

Nota Adjunta: El experimento 7 no ha terminado aún.  Pero se nos acaba el tiempo.

Experimento 8:   Se escribe esto antes de lo previsto.

Objetivo: Mamá necesita contarle todo a Sebastián.  
No creo que él sepa que guarda un secreto.  Ni siquiera a mí me lo ha contado.  No es que tenga que hacerlo. Aunque hace tiempo que yo lo sospechaba.  Pero creo que ella tiene miedo de contárselo a Sebastián.  Miedo a que él deje de quererla.

Procedimiento:
Sin que me descubra, meter en su maleta la carta que le llegó hoy.

S: Oye, Manuel.  Es una serpiente muy bonita (Le dice Sebastián a Manuel con toda calma).

Manuel alzó la vista sobresaltado, con una expresión culpable.

M: La encontré (dijo al tiempo que intentaba esconder el reptil detrás de la espalda).
S: No hagas eso (exclamó Sebastián en un tono más potente de lo que hubiera querido).  Manuel, escúchame, por favor.  Quiero que dejes a la serpiente en el suelo en el acto.  Hazlo suavemente y muy despacio.
M: Si solo es una de las que se conocen como «nariziarga» (dijo cambiándola de una mano a la otra).  La encontré tomando el sol. ¿Sabías tú que este tipo de serpientes...?
S: Primero déjala en el suelo y luego me lo cuentas todo, ¿de acuerdo, Manuel? (lo interrumpió Sebastián al borde de la desesperación).

En ese momento Carina se unió a ellos, pero al ver al animal dio un salto hacia atrás.

C: ¿Por qué la recogiste, Manuel?  Sabes que odio a esos animales (Le dice Carina muy nerviosa).
M: Este tipo de reptil es muy interesante, mamá.  Quería estudiarlo primero antes de soltarlo.

Sebastián echó una mirada a la valla y vio a unos cuantos hombres pendientes de lo que sucedía.  Si no era capaz de convencer al muchachito, las cosas se pondrían muy feas.

S: Manuel, escúchame atentamente (ordenó Sebastián con voz muy suave en parte para no sobresaltar al chico y en parte para que Carina no oyera).  Si no sueltas esa serpiente en el acto, voy a contarle a tu mamá muchas cosas acerca de coches y calibradores y de patronas que echan a sus inquilinos.

Fue como un milagro.  De inmediato Manuel soltó la serpiente.  Al instante, el vaquero que estaba más próximo le disparó varios tiros con una escopeta a la serpiente.  Apresuradamente Sebastián se llevó a Carina y a Manuel lejos de la cruel escena de la masacre.  Se detuvieron cerca del porche.

M: ¡Sebastián, has visto lo que hizo!  ¿Por qué no se lo impediste? (preguntó Manuel indignado a Sebas).
S: Porque no era un nariziarga, chico.  Era una coral.

Manuel se detuvo, completamente pálido como una hoja de papel.

M: ¿Una coral?  Yo pensé que esas eran serpientes nocturnas.
C: ¿Son venenosas, verdad? (preguntó Carina muy inquieta).

Manuel asintió vigorosamente.

M: Vaya, si me hubiera mordido...
S: Bueno, ya pasó todo (lo interrumpió Sebastián).  Carina, por favor ¿Me puedes traer otro café?  Creo que desparramé el mío (le pidió a Carina en tono casual para quedarse a solas con Manuel).
C: Claro que sí (dijo ella todavía preocupada).

Cuando se hubo alejado, Sebastián se volvió a Manuel.

S: ¿Esta era otra de tus trampas, jovencito?
M: Lo siento, Sebastián.  Yo no quería asustarlos.
S: Pero lo hiciste.  Si algo te hubiera pasado, tu madre habría enloquecido.
M: Tienes razón (murmuró Manuel vacilante).  Mi madre se habría afligido mucho, pero a Pablo no le habría importado nada.
S: ¿A qué viene ese comentario?
M: No me quería mucho.  Por eso se separó de mamá.  Fue por culpa mía (dijo apenado por la situación que enfrentó con su padre cuando apenas tenía 5 años).
S: ¿Por qué piensas que eres responsable de la separación de tus padres? (preguntó Sebastián en tono confidencial).

Manuel pateó una piedrecilla del suelo, ante la duda si confiarle lo que sabía a Sebastián.

M: Le oí.  Fue el día que mamá llegó con los resultados del trimestre escolar.  Obtuve muy buenas calificaciones.  El informe concluía que mi inteligencia era superior a la de un niño de cinco años.  Entonces yo tenía esa edad y muy buena memoria.  Lo recuerdo todo.  Recuerdo muy bien lo que Pablo comentó.  ¿Te acuerdas que una vez te dije que soy muy inteligente?
S: Si, lo recuerdo.
M: ¿Y eso no te molesta?  ¿Ni siquiera un poquito? (preguntó con extrema ansiedad).
S: Ya te lo dije, Manuel.  Y hablaba en serio.  Ese es uno de tus aspectos que más me gusta.
M: ¿De veras? (le preguntó para asegurarse de la respuesta de Sebastián).
S: Manuel, puedes estar seguro que no te mentiría nunca y menos en una cosa como esa (le afirmó Sebastián, mirándolo directamente a las ojos).

Pero Manuel se mantuvo en un obsecado silencio.

S: Mira, Manuel.  No se puede mantener guardado tanto tiempo sentimientos que lo corroe o dañen a uno.  Los has guardado dentro de tu pecho ocho largos años.  ¿Por qué no lo sacamos al aire y lo ventilamos entre los dos?  ¿Qué pasó el día que tu madre llegó a casa con las notas del colegio?(le pregunta Sebastian a Manuel, invitándole a que continúe con su relato).
M: Bueno, tampoco fue para tanto (Le comentó Manuel con fingida jovialidad).  Mamá preparó una fiesta.  Sacó dinero de alguna parte y compró globos y preparó una tarta y decoró la sala de estar, cosas así.  Quizás sabía que los demás me iban a tratar de otro modo cuando supieran que era superdotado.  Y esa era su manera de hacerme sentir bien conmigo mismo (dijo. Mientras hacía una pausa mirando hacia el horizonte en lo que se armaba de valor).  Cuando mi pa.... Pablo llegó a casa, yo estaba en mi habitación vistiéndome para la fiesta.  Mamá le comentó detalladamente el informe y lo inteligente que yo era y él dijo... él dijo...
S: Me imagino que no le gustó (le ayudó Sebastián con dulzura).

Sebastián apretó las mandíbulas con tanta fuerza que milagrosamente no se rompió los dientes indignado de la reacción de su propio padre.

M: Dijo que yo era anormal, un ejemplar raro, y que nunca le había gustado.
S: Oh, Manuel...
M: Entonces fue cuando mamá le dijo que se marchara y no volviera jamás.  Que haría bien en largarse con esa estúpida de Margarita Mayers, y agregó que con el poco cerebro que ambos tenían bien podían andar juntos por la vida.

Mientras se inclinaba hasta quedar a la altura de Manuel, Sebastián sintió un fiero deseo de haber estado allí y felicitar a Carina por su coraje.

S: Fue una suerte que hubieras heredado la inteligencia por parte de tu madre.  De lo contrario habrías sido tonto como una piedra.  Mira, Manuel (prosiguió eligiendo las palabras con sumo cuidado), el mundo está poblado por gente de toda clase.  A algunas personas no les gusta aquello que sienten como diverso, entonces se asustan y huyen.  No debes permitir que la opinión de esas personas influya en la opinión que tienes de ti mismo.  No dejes que una observación mezquina haga mella en tu ser.  No vale la pena.  Somos el resultado de lo que hacemos con nosotros mismos, y no de lo que otros piensan sobre nosotros.
M: Entonces, ¿Para ti está bien que yo sea listo?  ¿Eso no hará que me abandones?
S: De ninguna manera.  Tu madre nunca tendrá que echarme por tu causa.  ¿Y sabes por qué?
M: No exactamente.

Sebastián puso sus grandes manos en los escuálidos hombros del muchachito.

S: Porque te quiero tanto como querría a mi propio hijo.  Y estoy muy orgulloso de ti, chico.  Orgulloso y honrado de tenerte como amigo.  Turbado, con la barbilla temblorosa, Manuel asintió con la cabeza.

M: De acuerdo.  Eso está bien (murmuró al tiempo que alzaba los ojos tímidamente hacia Sebastián).  ¿No me vas a abrazar o algo así?

Sebastián sonrió.

S: Claro que sí.
M: Bien, de acuerdo.  Pero un abrazo rápido, y luego me das unos golpes en la espalda por si acaso alguien mira.  Porque así se verá como cosas de hombres y no como cosa de un niño pequeño que necesita que lo abracen, ¿comprendes?

Sebastián lo alzó del suelo y lo abrazó estrechamente, ocultando su emoción.  También le dio unas suaves palmaditas en la espalda.

Con los ojos llenos de lágrimas Carina se alejó del porche rogando para que ellos no advirtieran su presencia allí.

Carina había escuchado toda la conversación entre el hombre y el niño.  Así que aquel día Manuel había oído las horribles e imperdonables palabras de Pablo.  Durante ocho años las había guardado celosamente en su interior, y la herida producida había terminado por infectarse.  Hasta que Sebastián la había curado.
Ella le había dado todo a su hijo, menos el amor y la aceptación de un padre.

Durante todo ese tiempo había evitado cualquier clase de compromiso afectivo, a pesar de que era el afecto lo que ella y su hijo más necesitaban.

Se había resistido porque temía que la hiriesen.  Porque temía volver a confiar.  Temía a las mentiras y a las medias verdades que suelen acompañar la muerte del amor.  También sentía temor al abandono.  Era muy duro volver a empezar.  A recomponer los trozos de una vida rota.

“Sebastián no es Pablo”, pensó de pronto.  Carina se cubrió la cara con las manos.  No, no lo era.  Era un hombre que desde el primer momento les había ofrecido amor y aceptación.  La había acompañado a ella y a su hijo, intentando hacerlos felices.  Y continuaba en ello, porque para él el amor no era la aventura de una noche.

Y la gran pregunta le llegó a sus pensamientos pero sobre todo le llegó al corazón.  ¿Qué iba a hacer a partir de ese momento?

Continuará….


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