Capítulo 24
Experimento “Un Marido para Mamá”
Informe sobre el desarrollo de los acontecimientos
Todo ha sucedido como
estaba programado. Bueno, tal vez un
poco más lento de lo esperado. Pero
albergo grandes esperanzas. Unos cuantos
experimentos más y entonces Mamá y Sebastián estarán casados y felices por el
resto de sus días.
Nota Adjunta: El experimento 7 no ha terminado aún.
Pero se nos acaba el tiempo.
Experimento 8: Se escribe esto antes de lo previsto.
Objetivo: Mamá
necesita contarle todo a Sebastián.
No creo que
él sepa que guarda un secreto. Ni
siquiera a mí me lo ha contado. No es
que tenga que hacerlo. Aunque hace
tiempo que yo lo sospechaba. Pero creo
que ella tiene miedo de contárselo a Sebastián. Miedo a que él deje de quererla.
Procedimiento:
Sin que me
descubra, meter en su maleta la carta que le llegó hoy.
S: Oye, Manuel. Es una serpiente muy bonita (Le dice Sebastián
a Manuel con toda calma).
Manuel alzó la
vista sobresaltado, con una expresión culpable.
M: La encontré (dijo
al tiempo que intentaba esconder el reptil detrás de la espalda).
S: No hagas eso (exclamó
Sebastián en un tono más potente de lo que hubiera querido). Manuel, escúchame, por favor. Quiero que dejes a la serpiente en el suelo en
el acto. Hazlo suavemente y muy
despacio.
M: Si solo es una
de las que se conocen como «nariziarga» (dijo cambiándola de una mano a la otra).
La encontré tomando el sol. ¿Sabías tú
que este tipo de serpientes...?
S: Primero déjala
en el suelo y luego me lo cuentas todo, ¿de acuerdo, Manuel? (lo interrumpió Sebastián
al borde de la desesperación).
En ese momento Carina
se unió a ellos, pero al ver al animal dio un salto hacia atrás.
C: ¿Por qué la
recogiste, Manuel? Sabes que odio a esos
animales (Le dice Carina muy nerviosa).
M: Este tipo de
reptil es muy interesante, mamá. Quería
estudiarlo primero antes de soltarlo.
Sebastián echó
una mirada a la valla y vio a unos cuantos hombres pendientes de lo que
sucedía. Si no era capaz de convencer al
muchachito, las cosas se pondrían muy feas.
S: Manuel,
escúchame atentamente (ordenó Sebastián con voz muy suave en parte para no
sobresaltar al chico y en parte para que Carina no oyera). Si no sueltas esa serpiente en el acto, voy a
contarle a tu mamá muchas cosas acerca de coches y calibradores y de patronas
que echan a sus inquilinos.
Fue como un
milagro. De inmediato Manuel soltó la
serpiente. Al instante, el vaquero que
estaba más próximo le disparó varios tiros con una escopeta a la serpiente. Apresuradamente Sebastián se llevó a Carina y
a Manuel lejos de la cruel escena de la masacre. Se detuvieron cerca del porche.
M: ¡Sebastián, has
visto lo que hizo! ¿Por qué no se lo
impediste? (preguntó Manuel indignado a Sebas).
S: Porque no era
un nariziarga, chico. Era una coral.
Manuel se detuvo,
completamente pálido como una hoja de papel.
M: ¿Una coral? Yo pensé que esas eran serpientes nocturnas.
C: ¿Son
venenosas, verdad? (preguntó Carina muy inquieta).
Manuel asintió
vigorosamente.
M: Vaya, si me
hubiera mordido...
S: Bueno, ya pasó
todo (lo interrumpió Sebastián). Carina,
por favor ¿Me puedes traer otro café? Creo
que desparramé el mío (le pidió a Carina en tono casual para quedarse a solas
con Manuel).
C: Claro que sí (dijo
ella todavía preocupada).
Cuando se hubo
alejado, Sebastián se volvió a Manuel.
S: ¿Esta era otra
de tus trampas, jovencito?
M: Lo siento, Sebastián.
Yo no quería asustarlos.
S: Pero lo
hiciste. Si algo te hubiera pasado, tu
madre habría enloquecido.
M: Tienes razón (murmuró
Manuel vacilante). Mi madre se habría
afligido mucho, pero a Pablo no le habría importado nada.
S: ¿A qué viene
ese comentario?
M: No me quería
mucho. Por eso se separó de mamá. Fue por culpa mía (dijo apenado por la
situación que enfrentó con su padre cuando apenas tenía 5 años).
S: ¿Por qué
piensas que eres responsable de la separación de tus padres? (preguntó Sebastián
en tono confidencial).
Manuel pateó una
piedrecilla del suelo, ante la duda si confiarle lo que sabía a Sebastián.
M: Le oí. Fue el día que mamá llegó con los resultados
del trimestre escolar. Obtuve muy buenas
calificaciones. El informe concluía que
mi inteligencia era superior a la de un niño de cinco años. Entonces yo tenía esa edad y muy buena
memoria. Lo recuerdo todo. Recuerdo muy bien lo que Pablo comentó. ¿Te acuerdas que una vez te dije que soy muy
inteligente?
S: Si, lo
recuerdo.
M: ¿Y eso no te
molesta? ¿Ni siquiera un poquito? (preguntó
con extrema ansiedad).
S: Ya te lo dije,
Manuel. Y hablaba en serio. Ese es uno de tus aspectos que más me gusta.
M: ¿De veras? (le
preguntó para asegurarse de la respuesta de Sebastián).
S: Manuel, puedes
estar seguro que no te mentiría nunca y menos en una cosa como esa (le afirmó Sebastián,
mirándolo directamente a las ojos).
Pero Manuel se
mantuvo en un obsecado silencio.
S: Mira, Manuel. No se puede mantener guardado tanto tiempo sentimientos
que lo corroe o dañen a uno. Los has
guardado dentro de tu pecho ocho largos años. ¿Por qué no lo sacamos al aire y lo ventilamos
entre los dos? ¿Qué pasó el día que tu
madre llegó a casa con las notas del colegio?(le pregunta Sebastian a Manuel,
invitándole a que continúe con su relato).
M: Bueno, tampoco
fue para tanto (Le comentó Manuel con fingida jovialidad). Mamá preparó una fiesta. Sacó dinero de alguna parte y compró globos y
preparó una tarta y decoró la sala de estar, cosas así. Quizás sabía que los demás me iban a tratar de
otro modo cuando supieran que era superdotado. Y esa era su manera de hacerme sentir bien
conmigo mismo (dijo. Mientras hacía una pausa mirando hacia el horizonte en lo
que se armaba de valor). Cuando mi
pa.... Pablo llegó a casa, yo estaba en mi habitación vistiéndome para la
fiesta. Mamá le comentó detalladamente
el informe y lo inteligente que yo era y él dijo... él dijo...
S: Me imagino que
no le gustó (le ayudó Sebastián con dulzura).
Sebastián apretó
las mandíbulas con tanta fuerza que milagrosamente no se rompió los dientes
indignado de la reacción de su propio padre.
M: Dijo que yo
era anormal, un ejemplar raro, y que nunca le había gustado.
S: Oh, Manuel...
M: Entonces fue
cuando mamá le dijo que se marchara y no volviera jamás. Que haría bien en largarse con esa estúpida de
Margarita Mayers, y agregó que con el poco cerebro que ambos tenían bien podían
andar juntos por la vida.
Mientras se
inclinaba hasta quedar a la altura de Manuel, Sebastián sintió un fiero deseo
de haber estado allí y felicitar a Carina por su coraje.
S: Fue una suerte
que hubieras heredado la inteligencia por parte de tu madre. De lo contrario habrías sido tonto como una
piedra. Mira, Manuel (prosiguió
eligiendo las palabras con sumo cuidado), el mundo está poblado por gente de
toda clase. A algunas personas no les
gusta aquello que sienten como diverso, entonces se asustan y huyen. No debes permitir que la opinión de esas
personas influya en la opinión que tienes de ti mismo. No dejes que una observación mezquina haga
mella en tu ser. No vale la pena. Somos el resultado de lo que hacemos con
nosotros mismos, y no de lo que otros piensan sobre nosotros.
M: Entonces, ¿Para
ti está bien que yo sea listo? ¿Eso no
hará que me abandones?
S: De ninguna
manera. Tu madre nunca tendrá que
echarme por tu causa. ¿Y sabes por qué?
M: No
exactamente.
Sebastián puso
sus grandes manos en los escuálidos hombros del muchachito.
S: Porque te
quiero tanto como querría a mi propio hijo. Y estoy muy orgulloso de ti, chico. Orgulloso y honrado de tenerte como amigo. Turbado, con la barbilla temblorosa, Manuel asintió
con la cabeza.
M: De acuerdo. Eso está bien (murmuró al tiempo que alzaba
los ojos tímidamente hacia Sebastián). ¿No me vas a abrazar o algo así?
Sebastián sonrió.
S: Claro que sí.
M: Bien, de
acuerdo. Pero un abrazo rápido, y luego
me das unos golpes en la espalda por si acaso alguien mira. Porque así se verá como cosas de hombres y no
como cosa de un niño pequeño que necesita que lo abracen, ¿comprendes?
Sebastián lo alzó
del suelo y lo abrazó estrechamente, ocultando su emoción. También le dio unas suaves palmaditas en la
espalda.
Con los ojos
llenos de lágrimas Carina se alejó del porche rogando para que ellos no
advirtieran su presencia allí.
Carina había
escuchado toda la conversación entre el hombre y el niño. Así que aquel día Manuel había oído las
horribles e imperdonables palabras de Pablo. Durante ocho años las había guardado
celosamente en su interior, y la herida producida había terminado por
infectarse. Hasta que Sebastián la había
curado.
Ella le había dado
todo a su hijo, menos el amor y la aceptación de un padre.
Durante todo ese
tiempo había evitado cualquier clase de compromiso afectivo, a pesar de que era
el afecto lo que ella y su hijo más necesitaban.
Se había
resistido porque temía que la hiriesen. Porque temía volver a confiar. Temía a las mentiras y a las medias verdades
que suelen acompañar la muerte del amor. También sentía temor al abandono. Era muy duro volver a empezar. A recomponer los trozos de una vida rota.
“Sebastián no es Pablo”,
pensó de pronto. Carina se cubrió la
cara con las manos. No, no lo era. Era un hombre que desde el primer momento les
había ofrecido amor y aceptación. La
había acompañado a ella y a su hijo, intentando hacerlos felices. Y continuaba en ello, porque para él el amor
no era la aventura de una noche.
Y la gran
pregunta le llegó a sus pensamientos pero sobre todo le llegó al corazón. ¿Qué iba a hacer a partir de ese momento?
Continuará….
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