Capítulo 22
Después de que
ambos subieran a cambiarse cenaron sin mayores convenientes. Habían decidido ir a la ciudad, al día
siguiente, a realizar algunas compras.
C: ¿Qué quieres
decir con que nos hemos quedado sin gasolina? (preguntó Carina mientras
estacionaba su coche a un lado de la carretera). Sebastián te puedo asegurar que llene el tanque
de gasolina el día que fui a la ciudad.
S: Y si mal no
recuerdo eso fue hace tres días.
C: Y todo esto
sucede por culpa tuya, tú insististe en venir a la ciudad en mi coche.
S: Si la memoria
no me falla había una buena razón. Quería
que el mecánico te lo revisara mientras hacíamos las compras en el
supermercado. Si todavía quieres ir a Córdoba
en este trasto, me sentiría mejor sabiendo que por lo menos podrás llegar.
C: Muchas
gracias. Pero ahora estamos parados en
medio de la nada como una pareja de adolescentes en su primera cita (espetó
furiosa).
S: ¿Qué tienes en
contra de la civilización?
C: Me gusta
contar con un amplio espacio entre mis vecinos y yo.
Sebastián salió
del coche, sacó las bolsas de la compra de la parte trasera y echó a andar.
S: ¿Vienes? (preguntó
al ver que Carina se quedaba atrás).
C: ¿Queda muy
lejos el rancho?
S: Bastante
lejos, aunque creo que llegaremos a la hora de cenar (comentó con una sonrisa
burlona al notar la expresión de ella). Pero espero que alguien pase por aquí y nos
lleve al rancho. Y cuando lleguemos
tendré que matar a tu hijo nuevamente.
C: ¿Manuel? ¿Qué tiene que ver con esto? (Carina se volvió
para mirar el coche). ¡Oh, no puede ser!
S: Apostaría a
que sí. Tú misma dijiste algo de que los
adolescentes suelen quedarse sin gasolina en su primera cita. ¿Y sabes por qué maquina todas estas tretas?
C: Ya lo sé. Pero no puede seguir haciéndolo. Tenía que haberle bastado con ese pésimo truco
del dormitorio.
S: Aunque te
confieso que a mí me gustó más el apagón en el despacho. Ese truco casi funcionó. ¿No crees tú? (preguntó con una sonrisa
burlona).
Carina se
ruborizó hasta la raíz de los cabellos, para deleite de Sebastián.
C: Hablar con él
no ha servido para nada (observó ella).
S: Y para qué
demonios quería dejarnos solos en medio de la nada, como dices tú.
C: Quizás para
que conversemos, o solucionemos nuestras diferencias, o simplemente para que
nos besemos. ¿Quién podría saberlo? Si ya no podía con su forma de pensar a los
cuatro años, menos la entiendo ahora que tiene trece (comentó Carina con un
hondo suspiro).
S: ¿Y Pablo? ¿Cómo llevaba a Manuel?
C: De la misma
manera que afrontaba todas las cosas. Huyendo.
S: ¿Le intimidaba
la inteligencia de su propio hijo?
C: Creo que sí. ¿Y a ti?
S: Para nada. Lo único que me molesta es que presiento que
no va a parar con estas insensateces. Hablar
con él no ha servido para nada.
C: No creo que
eso surta efecto. Deberíamos ignorarlo. De todos modos la solución se nos escapa. Creo que ha llegado la hora de hacer un serio
esfuerzo para encontrar trabajo y un lugar donde vivir.
S: Pensé que
habías dicho que te quedarías hasta después de la Fiesta.
C: ¿Y seguir
alimentando las esperanzas de Manuel? No
creo que le haga bien gastar sus energías en su intento por vernos a uno en
brazos del otro. Solo terminará
frustrado y furioso (comentó Carina desalentada).
Sebastián le
acarició el pelo.
S: Entonces,
según tu deseo, lo vamos a ignorar. Carina,
insistes en que no quieres implicarte en una relación sentimental, pero de
hecho ya lo estamos.
C: No, yo...
S: La verdadera
pregunta es por qué te asusta tanto admitirlo (La interrumpió Sebastián). ¿Qué daño te haría a ti o a Manuel confesar
que sientes algo por mí?
C: Porque sería
muy doloroso para todos cuando la relación se acabe. Y le causaría a Manuel un daño irreparable.
S: ¿Acabar? ¿Y por qué estás tan segura? (preguntó Sebastián
consternado al tiempo que dejaba las bolsas en el suelo). ¿Quién dice que tiene que terminar?
Con profundo
desaliento, Carina se detuvo en medio del camino solitario, rodeada de un
paisaje infinito.
C: Lo digo yo. Ya lo verás. Siempre sucede así.
Continuará….
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